Juan Diego Cuauhtlatoatzin (1474-1548), de acuerdo a su biografía oficial redactada por el Vaticano “Poco se sabe de la vida de Juan Diego antes de su conversión, pero la tradición y las fuentes arqueológicas e iconográficas, junto con el documento indígena más importante y antiguo sobre el evento de Guadalupe, ‘El Nican Mopohua’ (escrito en náhuatl con carácteres latinos en 1556, por escritor indígena Antonio Valeriano), dan alguna información sobre la vida del santo y las apariciones” (Fuentes Vaticano)

El santo mexicano nació en 1474 y recibió el nombre de ‘Cuauhtlatoatzin’ que significa ‘el águila parlante’, en el poblado de Cuautlitlán (Que hoy forma parte de la Ciudad de México, México). Era considerado un miembro talentoso  del pueblo chichimeca, uno de los grupos culturalmente más avanzados que vivieron en el valle de Anáhuac.

Fue bautizado a los 50 años de edad por el Padre Peter da Gand, sacerdote franciscano y uno de los primeros misioneros franciscanos en el México conquistado por los españoles.

Un 9 de diciembre de 1531, Juan Diego se dirigía a la misa matutina, cuando de improviso se le apareció la Santísima Virgen María en el cerro del Tepeyac, a las afueras de la hoy Ciudad de México, hablándole en su dialecto y mostrando una tez morena.

Nuestra Santa Madre le pidió que fuera a ver al Sr. Obispo , quien en aquel entonces era Fray Juan de Zumárraga (1468-1548) miembro de la orden menor de los Franciscanos, quien había llegado a la entonces llamada ‘Nueva España’ en el año de 1528, había sido nombrado primer obispo de diócesis de la ciudad de México, designado para atender los asunto que se relacionarán con el buen juicio de la fe, a le se le atribuye, por ejemplo, el haber introducido en el Nuevo Mundo la primera imprenta y la fundación de  la Real y Pontificia Universidad de México entre muchas otras cosas, además de edificar el primer templo dedicado a Santa María de Guadalupe..

La Virgen indicó a Juan Diego que en su nombre pidiera al prelado, se le construyese un santuario en el Tepeyac, desde donde prometía derramar su gracia sobre quienes la invocaran. El Obispo tuvo a bien recibir a Juan Diego, pero no creyó las palabras de aquel natural y si bien no le castigo por lo que parecía una imprudencia, pues eran tiempos en que la tarea de la Iglesia local era convertir a los pobladores de la región, le pidió una señal una señal que demostrara la veracidad de sus afirmaciones

Así hace 490 años, un 12 de diciembre, Juan Diego, regresaba cabizbajo y pensativo al Tepeyac, estaba afligido pues iba con el encargo de pedir la asistencia de un sacerdote para su tío Juan Bernardino que se encontraba enfermo y casi moribundo, con el deseo de tener el consuelo de la reconciliación final con Dios, un tanto preocupado el buen Juan Diego procuró tomar una vereda diferente a aquella que la Virgen había usado para presentársele.

Grande fue su sorpresa y caída en disimulo inocente cuando a pesar de su cambio de trayecto, fue que la Santa Virgen María le salió nuevamente al paso, si había realizado lo que se le había pedido, pero nada había sido tomado en cuenta, y ahora era su empeño cumplir con su tío, aquel su último deseo.

La Santísima Madre de Dios amorosa le dijo que era indispensable que él y no otro de sus muchos servidores cumpliera su encargo, a pesar de los no tan trillados argumentos del buen Juan Diego, María le solicitó amablemente que subiera al cerro y recogiera las flores que encontraría en su cima. El obedeció, para su sorpresa estaba repleto de muchas hermosas y variadas flores, algo inusual para la temporada, pues era invierno y helaba a tal grado que nada retoñaba, sin embargo encontró muchas rosas floreciendo.

Misa en honor a San Juan Diego

Presuroso y contento recogió todas las flores que le fue posible en su tilma, así las llevó hasta donde Nuestra Señora, las tomo y las colocó nuevamente y cuidadosamente en su manto y le dijo que las llevara al Sr. Obispo como ‘la prueba’ solicitada por el. Así al llegar a la casa de Monseñor Zumárraga fue recibido, le comentó ante la presencia de algunos testigos que ahí le llevaba lo que él había pedido a Nuestra Señora, cuando abrió su tilma, las flores cayeron al suelo, pero lo que dejo impactado al religioso fue el ver estampada en la humilde tilma de Juan Diego la imagen preciosa de la Santísima Virgen, providente regalo de Dios - que hasta hoy se conserva a pesar de haber pasado ya 490 años del hecho, burda tela y sencillez divina que aún no deja de sorprender -.

Imagen oficial de San Juan Diego, se encuentra en la Basílica de Gudalupe

Con el permiso del obispo, Juan Diego vivió el resto de su vida como ermitaño en una pequeña choza cerca de la capilla donde se colocó la imagen milagrosa para su veneración. Allí el noble varón se ocupó de la capillita y de atender los primeros peregrinos que confiando en la palabra de la Madre de Jesús venían a depositar sus pedidos y necesidades, a ser escuchados en esa notable y hasta ahora audiencia permanente que nuestra madre nos prodiga, como siempre sin ser ciertamente dignos de ello, pero como evidencia del amor omnipotente de Dios que nos recuperó y no deja de extender su ayuda a través de su tierna progenitora.

“Mucho más profundo que la ‘gracia exterior’ de haber sido ‘elegido’ como ‘mensajero’ de Nuestra Señora, Juan Diego recibió la gracia de la iluminación interior y, a partir de ese momento, inició una vida dedicada a la oración y la práctica de la virtud y el amor sin límites al servicio de Dios y del prójimo.

Cayó en el sueño reparador de los siervos de Dios siendo el año de 1548, fue sepultado en la primera capilla dedicada a la Virgen de Guadalupe.

Fue beatificado el 6 de mayo de 1990 por el Santo Papa Juan Pablo II en la Basílica de Santa María de Guadalupe, Ciudad de México, y en ese mismo lugar fue canonizado un 31 de julio de 2002 por el mismo Sucesor San Pedro.

 

Homilía de San Juan Pablo II predicada en la ciudad de México, miércoles 31 de julio de 2002, con motivo de la canonización de San Juan Diego Cuauhtlatoatzin:

 “1. ‘¡Yo te alabo, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! ¡Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien!’ (Mt 11, 25).

Queridos hermanos y hermanas: Estas palabras de Jesús en el evangelio de hoy son para nosotros una invitación especial a alabar y dar gracias a Dios por el don del primer santo indígena del Continente americano.

Con gran gozo he peregrinado hasta esta Basílica de Guadalupe, corazón mariano de México y de América, para proclamar la santidad de Juan Diego Cuauhtlatoatzin, el indio sencillo y humilde que contempló el rostro dulce y sereno de la Virgen del Tepeyac, tan querido por los pueblos de México.

2. Agradezco las amables palabras que me ha dirigido el Señor Cardenal Norberto Rivera Carrera, Arzobispo de México, así como la calurosa hospitalidad de los hombres y mujeres de esta Arquidiócesis Primada: para todos mi saludo cordial. Saludo también con afecto al Cardenal Ernesto Corripio Ahumada, Arzobispo emérito de México y a los demás Cardenales, a los Obispos mexicanos, de América, de Filipinas y de otros lugares del mundo. Asimismo, agradezco particularmente al Señor Presidente y a las Autoridades civiles su presencia en esta celebración.

Dirijo hoy un saludo muy entrañable a los numerosos indígenas venidos de las diferentes regiones del País, representantes de las diversas etnias y culturas que integran la rica y pluriforme realidad mexicana. El Papa les expresa su cercanía, su profundo respeto y admiración, y los recibe fraternalmente en el nombre del Señor.

3. ¿Cómo era Juan Diego? ¿Por qué Dios se fijó en él? El libro del Eclesiástico, como hemos escuchado, nos enseña que sólo Dios “es poderoso y sólo los humildes le dan gloria” (3, 20). También las palabras de San Pablo proclamadas en esta celebración iluminan este modo divino de actuar la salvación: “Dios ha elegido a los insignificantes y despreciados del mundo; de manera que nadie pueda presumir delante de Dios” (1 Co 1, 28.29).

Es conmovedor leer los relatos guadalupanos, escritos con delicadeza y empapados de ternura. En ellos la Virgen María, la esclava “que glorifica al Señor” (Lc 1, 46), se manifiesta a Juan Diego como la Madre del verdadero Dios. Ella le regala, como señal, unas rosas preciosas y él, al mostrarlas al Obispo, descubre grabada en su tilma la bendita imagen de Nuestra Señora.

“El acontecimiento guadalupano -como ha señalado el Episcopado Mexicano- significó el comienzo de la evangelización con una vitalidad que rebasó toda expectativa. El mensaje de Cristo a través de su Madre tomó los elementos centrales de la cultura indígena, los purificó y les dio el definitivo sentido de salvación” (14.05.2002, n. 8). Así pues, Guadalupe y Juan Diego tienen un hondo sentido eclesial y misionero y son un modelo de evangelización perfectamente inculturada.

4. “Desde el cielo el Señor, atentamente, mira a todos los hombres” (Sal 32, 13), hemos recitado con el salmista, confesando una vez más nuestra fe en Dios, que no repara en distinciones de raza o de cultura. Juan Diego, al acoger el mensaje cristiano sin renunciar a su identidad indígena, descubrió la profunda verdad de la nueva humanidad, en la que todos están llamados a ser hijos de Dios en Cristo. Así facilitó el encuentro fecundo de dos mundos y se convirtió en protagonista de la nueva identidad mexicana, íntimamente unida a la Virgen de Guadalupe, cuyo rostro mestizo expresa su maternidad espiritual que abraza a todos los mexicanos. Por ello, el testimonio de su vida debe seguir impulsando la construcción de la nación mexicana, promover la fraternidad entre todos sus hijos y favorecer cada vez más la reconciliación de México con sus orígenes, sus valores y tradiciones.

Esta noble tarea de edificar un México mejor, más justo y solidario, requiere la colaboración de todos. En particular es necesario apoyar hoy a los indígenas en sus legítimas aspiraciones, respetando y defendiendo los auténticos valores de cada grupo étnico. ¡México necesita a sus indígenas y los indígenas necesitan a México!

Amados hermanos y hermanas de todas las etnias de México y América, al ensalzar hoy la figura del indio Juan Diego, deseo expresarles la cercanía de la Iglesia y del Papa hacia todos ustedes, abrazándolos con amor y animándolos a superar con esperanza las difíciles situaciones que atraviesan.

5. En este momento decisivo de la historia de México, cruzado ya el umbral del nuevo milenio, encomiendo a la valiosa intercesión de San Juan Diego los gozos y esperanzas, los temores y angustias del querido pueblo mexicano, que llevo tan adentro de mi corazón.

¡Bendito Juan Diego, indio bueno y cristiano, a quien el pueblo sencillo ha tenido siempre por varón santo! Te pedimos que acompañes a la Iglesia que peregrina en México, para que cada día sea más evangelizadora y misionera. Alienta a los Obispos, sostén a los sacerdotes, suscita nuevas y santas vocaciones, ayuda a todos los que entregan su vida a la causa de Cristo y a la extensión de su Reino.

¡Dichoso Juan Diego, hombre fiel y verdadero! Te encomendamos a nuestros hermanos y hermanas laicos, para que, sintiéndose llamados a la santidad, impregnen todos los ámbitos de la vida social con el espíritu evangélico. Bendice a las familias, fortalece a los esposos en su matrimonio, apoya los desvelos de los padres por educar cristianamente a sus hijos. Mira propicio el dolor de los que sufren en su cuerpo o en su espíritu, de cuantos padecen pobreza, soledad, marginación o ignorancia. Que todos, gobernantes y súbditos, actúen siempre según las exigencias de la justicia y el respeto de la dignidad de cada hombre, para que así se consolide la paz.

¡Amado Juan Diego, “el águila que habla”! Enséñanos el camino que lleva a la Virgen Morena del Tepeyac, para que Ella nos reciba en lo íntimo de su corazón, pues Ella es la Madre amorosa y compasiva que nos guía hasta el verdadero Dios. Amén.

Antes de impartir la bendición, el Vicario de Cristo dirigió las siguientes palabras:

Al concluir esta canonización de Juan Diego, deseo renovar el saludo a todos los que habéis podido participar, algunos desde esta basílica, otros desde los aledaños y muchos más a través de la radio y la televisión. Agradezco de corazón el afecto de cuantos he encontrado en las calles que he recorrido. En el nuevo santo tenéis el maravilloso ejemplo de un hombre de bien, recto de costumbres, leal hijo de la Iglesia, dócil a los pastores, amante de la Virgen, buen discípulo de Jesús. Que sea modelo para vosotros que tanto lo amáis, y que él interceda por México para que sea siempre fiel. Llevad a todos el mensaje de esta celebración y el saludo y el afecto del Papa a todos los mexicanos.”