Este 18 de mayo de 2025, V Domingo de Pascua, en el Vaticano a las 10 am, tiempo local -2 am tiempo del Centro de México- ,el Santo Padre León XIV presidióla celebración Eucarística por el inicio de su Ministerio Petrino del Obispo de Roma, ceremonia que tendrá lugar en la Plaza de la Basílica de San Pedro.

Actualización (18/05/2025 7 am) : este 18 de mayo a las 10 hrs –tiempo del Vaticano- , V Domingo de Pascua, el Santo Padre León XIV, tras saludar desde el Papa móvil a los miles fieles y peregrinos -se calcularon cerca de 200 mil- en las calles -desde la plaza de Conciliación- y presentes en la Plaza de San Pedro, se traslado el Cripta de la Basílica del Vaticano, para celebrar un rito cuyo fin fue rendir honores a la Roca de la Iglesia: San Pedro; lo anterior tuvo lugar, antes de celebrar la Santa Misa con motivo del inicio oficial de su Ministerio Petrino.

El Santo Padre acompañado con los patriarcas de las iglesias Orientales, descendió hasta el sepulcro de San Pedro, ubicado bajo y aún extremo del baldaquino de la Basílica del Vaticano; con sus acompañantes el Pontífice incienso y permaneció unos instantes en oración, ante el Trofeo apostólico - Trophaeum apostolicum- lugar que enmarca la tumba del primer Papa y el pescador y apóstol de Jesús.

Tras este acto de veneración en la Basílica, S.S. León XVI se unió a la procesión de los cardenales concelebrantes, precedidos por los diáconos quienes portaban solemnemente el palio pastoral –símbolo de Cristo Buen Pastor, distintivo del Papa y los Arzobispos-, el anillo del pescador y el Evangeliario, ellos avanzaron hasta el altar ubicado en el atrio de la Basílica en entonando antiquísimo cántico ‘Laudes Regiae’. En el lugar estaban reunidos cerca de 150 representantes oficiales de diversos países, entre ellos México.

Durante la celebración eucarística y tras de la proclamación del Evangelio, tuvieron lugar los solemnes ritos del para dar inicio al pontificado: la imposición del palio por parte del Emmo. Cardenal Diácono Mario Zenari, con la oración recitada por S.E.R. Cardenal Presbítero Fridolin Ambongo Besungu, O.F.M. Cap. , la entrega del anillo del pescador por el Cardenal Obispo Luis Antonio Tagle y la obediencia prestada al Santo Padre por los tres Cardenales de los tres ordenes a nombre de todo el Colegio Cardenalicio : Card. Frank Leo (representante de América del Norte), Cardenal. Jaime Spengler, O.F.M., (representando a América del Sur) y Card. John Ribat, M.S.C., (por parte de Oceanía). Algunos representantes del pueblo de Dios también prestaron obediencia al Santo Padre: S.E. Mons. Luis Alberto Barrera, M.C.C.J, Obispo de Callao, Perú; el Presbítero Rev. Guillermo Inca Pereda, el Diácono Teodoro Mandato; por parte de los integrantes de Institutos de Vida Consagrada los Religiosos: Hermana Oonah O’Shea, Presidenta de la Unión Internacional de las Superioras Generales, el Padre Arturo Sosa, S.J., Presidente de la Unión de los Superiores Generales, el matrimonio formado por Rafael Santa María y Ana María Olguín, y los jóvenes Josemaria Díaz y Sheyla Cruz.

En el transcurso de esta Solemne Eucaristía, concelebrada por Cardenales; Patriarcas y Arzobispos Mayores de las Iglesias Católicas Orientales; el Santo Padre Leóm XIV pronunció la homilía en que destacó lo intenso de los últimos días que ha vivido la Iglesia como el deceso del Papa Francisco, el Cónclave y su elección, ha enfatizado ‘sin tener ningún mérito’, y expresó que con ‘trepidación’, manifestó venir como hermano “que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con ustedes por el camino del amor de Dios”, León XIV afirmó que el sucesor de san Pedro debe apacentar al rebaño, y que no debe caer en la tentación de ser un líder solitario ni pretender que está por encima de los demás.

Subrayó “En nuestro tiempo, vemos aún demasiada discordia, demasiadas heridas causadas por el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo a lo diferente, por un paradigma económico que explota los recursos de la tierra y margina a los más pobres. Y nosotros queremos ser, dentro de esta masa, una pequeña levadura de unidad, de comunión y de fraternidad.

Nosotros queremos decirle al mundo, con humildad y alegría: ¡miren a Cristo! ¡Acérquense a Él! ¡Acojan su Palabra que ilumina y consuela! Escuchen su propuesta de amor para formar su única familia: en el único Cristo somos uno”

Misa de inicio de Ministerio Petrino de S.S. León XIV

Homilía de León XIV

“Queridos hermanos cardenales,

hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,

distinguidas autoridades y miembros del Cuerpo diplomático,

¡Saludos a los peregrinos que han venido al Jubileo de las Cofradías!

hermanos y hermanas:

Los saludo a todos con el corazón lleno de gratitud, al inicio del ministerio que me ha sido confiado. Escribía san Agustín: ‘Nos has hecho para ti, -Señor,- y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti’ (Confesiones, 1,1.1).

En estos últimos días, hemos vivido un tiempo particularmente intenso. La muerte del Papa Francisco ha llenado de tristeza nuestros corazones y, en esas horas difíciles, nos hemos sentido como esas multitudes que el Evangelio describe ‘como ovejas que no tienen pastor’ (Mt 9,36). Precisamente en el día de Pascua recibimos su última bendición y, a la luz de la resurrección, afrontamos ese momento con la certeza de que el Señor nunca abandona a su pueblo, lo reúne cuando está disperso y lo cuida ‘como un pastor a su rebaño’ (Jr 31,10).

Con este espíritu de fe, el Colegio de los cardenales se reunió para el cónclave; llegando con historias personales y caminos diferentes, hemos puesto en las manos de Dios el deseo de elegir al nuevo sucesor de Pedro, el Obispo de Roma, un pastor capaz de custodiar el rico patrimonio de la fe cristiana y, al mismo tiempo, de mirar más allá, para saber afrontar los interrogantes, las inquietudes y los desafíos de hoy. Acompañados por sus oraciones, hemos experimentado la obra del Espíritu Santo, que ha sabido armonizar los distintos instrumentos musicales, haciendo vibrar las cuerdas de nuestro corazón en una única melodía.

Fui elegido sin tener ningún mérito y, con temor y trepidación, vengo a ustedes como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con ustedes por el camino del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una única familia.

Amor y unidad: estas son las dos dimensiones de la misión que Jesús confió a Pedro.

Nos lo narra ese pasaje del Evangelio que nos conduce al lago de Tiberíades, el mismo donde Jesús había comenzado la misión recibida del Padre: “pescar” a la humanidad para salvarla de las aguas del mal y de la muerte. Pasando por la orilla de ese lago, había llamado a Pedro y a los primeros discípulos a ser como Él “pescadores de hombres”; y ahora, después de la resurrección, les corresponde precisamente a ellos llevar adelante esta misión: no dejar de lanzar la red para sumergir la esperanza del Evangelio en las aguas del mundo; navegar en el mar de la vida para que todos puedan reunirse en el abrazo de Dios.

¿Cómo puede Pedro llevar a cabo esta tarea? El Evangelio nos dice que es posible sólo porque ha experimentado en su propia vida el amor infinito e incondicional de Dios, incluso en la hora del fracaso y la negación. Por eso, cuando es Jesús quien se dirige a Pedro, el Evangelio usa el verbo griego agapao -que se refiere al amor que Dios tiene por nosotros, a su entrega sin reservas ni cálculos-, diferente al verbo usado para la respuesta de Pedro, que en cambio describe el amor de amistad, que intercambiamos entre nosotros.

Cuando Jesús le pregunta a Pedro: ‘Simón, hijo de Juan, ¿me amas?’ (Jn 21,16), indica pues el amor del Padre. Es como si Jesús le dijera: sólo si has conocido y experimentado el amor de Dios, que nunca falla, podrás apacentar a mis corderos; sólo en el amor de Dios Padre podrás amar a tus hermanos “aún más”, es decir, hasta ofrecer la vida por ellos.

A Pedro, pues, se le confía la tarea de “amar aún más” y de dar su vida por el rebaño. El ministerio de Pedro está marcado precisamente por este amor oblativo, porque la Iglesia de Roma preside en la caridad y su verdadera autoridad es la caridad de Cristo. No se trata nunca de atrapar a los demás con el sometimiento, con la propaganda religiosa o con los medios del poder, sino que se trata siempre y solamente de amar como lo hizo Jesús.

Él -afirma el mismo apóstol Pedro- ‘es la piedra que ustedes, los constructores, han rechazado, y ha llegado a ser la piedra angular’ (Hch 4,11). Y si la piedra es Cristo, Pedro debe apacentar el rebaño sin ceder nunca a la tentación de ser un líder solitario o un jefe que está por encima de los demás, haciéndose dueño de las personas que le han sido confiadas (cf. 1 P 5,3); por el contrario, a él se le pide servir a la fe de sus hermanos, caminando junto con ellos. Todos, en efecto, hemos sido constituidos ‘piedras vivas’ (1 P 2,5), llamados con nuestro Bautismo a construir el edificio de Dios en la comunión fraterna, en la armonía del Espíritu, en la convivencia de las diferencias. Como afirma san Agustín: ‘Todos los que viven en concordia con los hermanos y aman a sus prójimos son los que componen la Iglesia’ (Sermón 359,9).

Hermanos y hermanas, quisiera que este fuera nuestro primer gran deseo: una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado.

En nuestro tiempo, vemos aún demasiada discordia, demasiadas heridas causadas por el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo a lo diferente, por un paradigma económico que explota los recursos de la tierra y margina a los más pobres. Y nosotros queremos ser, dentro de esta masa, una pequeña levadura de unidad, de comunión y de fraternidad. Nosotros queremos decirle al mundo, con humildad y alegría: ¡miren a Cristo! ¡Acérquense a Él! ¡Acojan su Palabra que ilumina y consuela! Escuchen su propuesta de amor para formar su única familia: en el único Cristo somos uno. Y esta es la vía que hemos de recorrer juntos, unidos entre nosotros, pero también con las Iglesias cristianas hermanas, con quienes transitan otros caminos religiosos, con aquellos que cultivan la inquietud de la búsqueda de Dios, con todas las mujeres y los hombres de buena voluntad, para construir un mundo nuevo donde reine la paz.

Este es el espíritu misionero que debe animarnos, sin encerrarnos en nuestro pequeño grupo ni sentirnos superiores al mundo; estamos llamados a ofrecer el amor de Dios a todos, para que se realice esa unidad que no anula las diferencias, sino que valora la historia personal de cada uno y la cultura social y religiosa de cada pueblo.

Hermanos, hermanas, ¡esta es la hora del amor! La caridad de Dios, que nos hace hermanos entre nosotros, es el corazón del Evangelio. Con mi predecesor León XIII, hoy podemos preguntarnos: si esta caridad prevaleciera en el mundo, ‘¿no parece que acabaría por extinguirse bien pronto toda lucha allí donde ella entrara en vigor en la sociedad civil?’ (Carta enc. Rerum novarum, 20).

Con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, construyamos una Iglesia fundada en el amor de Dios y signo de unidad, una Iglesia misionera, que abre los brazos al mundo, que anuncia la Palabra, que se deja cuestionar por la historia, y que se convierte en fermento de concordia para la humanidad.

Juntos, como un solo pueblo, todos como hermanos, caminemos hacia Dios y amémonos los unos a los otros.”

(Fuentes: Vaticano, OPSS, Vatican Media, Vatican News y Dicasterio para la Comunicación)

 

 

Descargue el librito de la celebración:

(Fuentes: OPSS, Vatican Media y Vatican News)

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