El Vía Crucis o “Camino de la Cruz” se celebró en Roma, en el Coliseo, a las 21:15 hrs. tiempo de Roma -9:15 de la noche- tiempo de Roma, -14:15 tiempo de la Ciudad de México-. El Santo Padre Francisco presidió este piadoso ejercicio con el que recordamos el dolor redentor de Jesús Hijo de Dios, nuestro Señor. Éste Vía Crucis fue al fin presencial, después de dos años de pandemia.

Después celebrar de la Pasión del Señor, en el segundo día del Triduo Pascual, el Santo Padre presidió el Vía Crucis donde contó con la participación de diversos laicos quienes colaboraron en los comentarios y reflexiones en cada estación.

Cabe destacar la participación de dos ciudadanas,  una ucraniana y otra rusa, que en signo de rechazó a la guerra y a petición expresa del Papa Francisco llevaron la Santa Cruz como signo de Paz entre los pueblos del mundo entero, de modo que se ore por el cese y pronto fin de este lamentable conflicto que ha cobrado miles de vidas de civiles ucranianos inocentes, incluidos niños, así como las vidas de ciudadanos y militares de este país, quienes han caído defendiendo su tierra, o las diversas ciudades y regiones asediadas, en donde tantas injusticias y actos atroces se han perpetrado; además de orar por tantos rusos, que ahora enfrentan rechazo de su gente por pronunciarse por la paz y que han sido presos hasta por 15 años, ante su reclamo por no querer ser parte de una guerra sacrílega y sin sentido.

El Camino de la Cruz

Presentación del Vía Crucis (Introducción)

En el occidente cristiano pocas prácticas piadosas son tan amadas como el Vía Crucis, devoción que recuerda con comedido afecto la última etapa del camino que Jesús recorrió en su vida terrena: desde que Él y sus discípulos, 'después de los salmos cantada, partió hacia el Monte de los Olivos' (Mc 14, 26), hasta que el Señor fue llevado al 'lugar llamado Gólgota, La Calavera' (Mc 15, 22), para ser crucificado y luego sepultado en un lugar cercano, en un sepulcro nuevo excavado en la roca.

Un camino trazado por el Espíritu

La vida de Jesús es un camino trazado por el Espíritu: al comienzo de la misión el Espíritu lo conduce al desierto (Cf. Lc 4, 1); y luego, como fuego divino que arde en su pecho, lo impulsa a recorrer el camino del Calvario (Cf. Lc 12, 49-50).

La última etapa del viaje es indescriptiblemente dura y dolorosa. Los evangelistas se detuvieron, aunque con moderación, en la descripción del Vía Crucis que el Hijo de Dios y el Hijo del hombre recorrió por amor al Padre y a la humanidad. Cada paso de Jesús es un paso más hacia la realización del Plan de Salvación: a la hora del perdón universal (Cf. Lc 23, 34), del Corazón traspasado -se abre una fuente inextinguible de gracia- (Cf. Jn 19, 34), la inmolación del verdadero Cordero Pascual, del que no será quebrantado hueso alguno (Cf. Jn 19, 36), el don de la Madre (Cf. Jn 19, 26-27) y del Espíritu (Cf. Mt 27, 50). Cada nuevo sufrimiento de Jesús es semilla de alegría futura para la humanidad, cada burla, premisa de su gloria. En ese camino de sufrimiento, cada encuentro de Jesús -con los amigos, con los enemigos, con los indiferentes- es ocasión de una última lección, de una última mirada, de una oferta suprema de reconciliación y de paz.

 

Un Camino amado por la Iglesia

La Iglesia ha mantenido siempre vivo el recuerdo de las palabras y los acontecimientos de los últimos días de su Esposo y Señor, recuerdo amoroso aunque doloroso del camino que recorrió Jesús desde el Monte de los Olivos hasta el Monte del Calvario. La Iglesia sabe en efecto que en cada episodio acontecido en ese Camino se esconde un misterio de gracia, un gesto de su amor por ella. La Iglesia es consciente de que en la Eucaristía su Señor le dejó el recuerdo objetivo, sacramental, del Cuerpo partido y de la Sangre derramada en la colina del Gólgota. Pero también ama la memoria histórica de los lugares donde Cristo sufrió, las calles y las piedras bañadas por su sudor y en su sangre.

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La Iglesia de Jerusalén mostró muy pronto su amor por los 'lugares santos'. Los hallazgos arqueológicos prueban la existencia de expresiones de culto cristiano en los cementerios donde se había excavado en la roca la tumba utilizada para Cristo, ya en el siglo II. A finales del siglo IV, una mujer peregrina llamada Aetheria nos habla de tres edificios sagrados en la colina del Gólgota: el Anástasis, la pequeña iglesia ad Crucem y la gran iglesia, el Martyrium (Cf. Peregrinatio Etheriae 30). Y describe una procesión desde el Anastasis hasta el Martyrium que tenía lugar en ciertos días. Ciertamente no se trataba de un Vía Crucis o de una Vía Dolorosa, como tampoco lo era la vía sacra, una especie de recorrido a pie por los santuarios de Jerusalén, aludida en diversas crónicas escritas por peregrinos de los siglos V y VI. Sin embargo, esa procesión, con su canto de salmos y su estrecha conexión con los lugares de la Pasión, es considerada por algunos estudiosos como una forma que dará origen al ‘Vía Crucis’.

Jerusalén es la ciudad del Vía Crucis histórico. Es la única ciudad con este gran y trágico privilegio. En la Edad Media, la atracción de los 'lugares santos' suscitó el deseo de reproducirlos localmente: algunos peregrinos, al volver de Jerusalén, los reproducían en su propia ciudad. Las Siete Iglesias del complejo de Santo Stefano en Bolonia se consideran el ejemplo más notable de estas 'reproducciones'.

 

Una devoción medieval

El Vía Crucis, tal como entendemos hoy, data de finales de la Edad Media. San Bernardo de Claraval (+ 1153), San Francisco de Asís (+ 1226) y San Buenaventura de Bagnoregio (+ 1274), con su devoción amorosa y contemplativa, prepararon el terreno para el desarrollo de esta práctica devota.

A un espíritu de devoción compasiva por el misterio de la Pasión hay que añadir el entusiasmo suscitado por las Cruzadas lanzadas para recuperar la posesión del Santo Sepulcro, un nuevo florecimiento de peregrinaciones a partir del siglo XII y, a partir de 1233, la presencia estable de los frailes franciscanos menores en los Santos Lugares.

Hacia fines del siglo XIII encontramos mención de las Estaciones de la Cruz, no todavía como una práctica piadosa, sino como el camino que recorrió Jesús en su camino hacia el Monte Calvario marcado por una serie de 'estaciones'.

Hacia 1294 el fraile dominico Rinaldo de Monte Crucis, en su Liber peregrinationis, cuenta cómo subió al Santo Sepulcro 'per viam, per quam ascendit Christus, baiulans sibi crucem', describiendo las diferentes estaciones: el Palacio de Herodes, el Lithostratos, donde Jesús fue condenado a muerte, el lugar donde Jesús se reunió con las mujeres de Jerusalén, el lugar donde Simón de Cirene cargó la cruz del Señor, etc.

En el contexto de la devoción a la Pasión de Cristo, y recordando el camino que recorrió Jesús en su ascenso al Monte Calvario, el Vía Crucis como práctica piadosa nació directamente de una especie de fusión de tres devociones que se difundió principalmente en Alemania y en los Países Bajos desde el siglo XV en adelante:

- Devoción a las 'caídas de Cristo' bajo la cruz; se numeraron hasta siete;

- La devoción al 'camino doloroso de Cristo', que consistía en hacer una procesión de una iglesia a la siguiente en memoria del camino doloroso -siete, nueve y aún más-, que Cristo recorrió durante su pasión: desde Getsemaní hasta la casa de Anás (Cf. Jn 18, 13), de éste a la casa de Caifás (Cf. Jn 18, 24; Mt 26, 56), luego al Pretorio de Pilatos (Cf. Jn 18, 28; Mt 27, 2), al palacio del rey Herodes (Cf. Lc 23, 7)...;

- Devoción a las 'estaciones de Cristo', a los momentos en que Jesús se detiene en su camino hacia la colina del Calvario, ya sea porque lo obligan sus verdugos o porque está agotado por el cansancio, o porque, movido por el amor , sigue ansioso por establecer un diálogo con los hombres y las mujeres que participan de su pasión; a menudo los 'caminos dolorosos' y las 'estaciones' se corresponden en número y tema (cada 'camino' concluye con una 'estación') y estos últimos están marcados con una columna o una cruz en la que a veces se encuentra la escena, objeto de meditación. representada.

 

Variedad de las Estaciones

En el largo proceso de formación del Vía Crucis se deben notar dos elementos: la fluctuación de la “Primera Estación” y la variedad de Estaciones.

Con respecto a las primeras Estaciones de la Cruz, los historiadores registran al menos cuatro episodios elegidos como la 'Primera Estación':

- Jesús se despide de su Madre; esta “Primera Estación” parecería haber sido menos popular, probablemente debido a su difícil fundamentación bíblica;

- El Lavatorio de los Pies; esta ' Primera Estación ', ambientada en el acontecimiento de la Última Cena y la institución de la Eucaristía, se encuentra en algunas Estaciones de la Cruz de la segunda mitad del siglo XVII, que fueron muy populares;

- La Agonía en Getsemaní, el Huerto de los Olivos, donde en última obediencia amorosa al Padre Jesús elige beber el cáliz de su Pasión hasta la última gota, fue la Estación inicial de un breve Vía Crucis del siglo XVII -compuesto por de sólo siete-, destacable por su rigor bíblico, y popularizado principalmente por miembros de la Compañía de Jesús;

- La condenación de Jesús en el Pretorio de Pilatos, una 'Primera Estación' bastante temprana que marca efectivamente el comienzo de la etapa final del camino doloroso de Jesús: del Pretorio al Monte del Calvario.

El tema de las estaciones también varió. En el siglo XV aún prevalecía una gran diversidad en la elección, número y orden de las estaciones. Algunos esquemas del Vía Crucis incluyen estaciones como la captura de Jesús, la negación de Pedro, la flagelación en el pilar, las acusaciones difamatorias en la casa de Caifás, la burla de la túnica blanca en el palacio de Herodes, ninguno de los cuales se encuentra en lo que se convertiría en el ‘textus receptus’ - texto recibido - de la práctica piadosa.

la forma tradicional

El Vía Crucis o Vía Crucis, en su forma actual, con las mismas catorce estaciones colocadas en el mismo orden, está registrado en España en la primera mitad del siglo XVII especialmente en las comunidades franciscanas. Desde la Península Ibérica se extendió primero a Cerdeña, entonces bajo el dominio de la corona española y luego a Italia. Aquí encontró un apóstol convencido y eficaz en San Leonardo de Port Maurice (+ 1751), fraile menor y misionero incansable; él personalmente erigió más de 572 Vía Crucis, incluido el famoso erigido en el interior del Coliseo a petición de Benedicto XIV el 27 de diciembre de 1750 para conmemorar el Año Santo.

 

La forma bíblica

Cada año, en la tarde del Viernes Santo, el Santo Padre acude al Coliseo para la práctica piadosa del Vía Crucis, al que se unen miles de peregrinos de todo el mundo.

Frente al texto tradicional, el Vía Crucis bíblico celebrado por el Santo Padre en el Coliseo por primera vez en 1991 presentaba ciertas variantes en los 'sujetos' de las estaciones. A la luz de la historia, estas variantes, más que nuevas, son, en todo caso, simplemente redescubiertas.

El Vía Crucis bíblico omite estaciones que carecen de referencia bíblica precisa como las tres caídas del Señor (III, V, VII), el encuentro de Jesús con su Madre (IV) y con la Verónica (VI). En cambio tenemos estaciones como la agonía de Jesús en el Huerto de los Olivos (I), la injusta sentencia de Pilatos (V), la promesa del paraíso al Buen Ladrón (XI), la presencia de la Madre y el Discípulo en el pie de la Cruz (XIII). Claramente, estos episodios son de gran importancia salvífica y significado teológico para el drama de la pasión de Cristo: un drama siempre presente en el que todos los hombres y mujeres, a sabiendas o no, juegan un papel.

La propuesta no es del todo nueva. Los peregrinos que llegaban a Roma para el Jubileo de 1975 recibían un pequeño manual, Libro del peregrino, elaborado por el Comité Central para el Año Santo, que incluía una versión alternativa de las Estaciones de la Cruz, con la que en parte, el Vía Crucis bíblico de 1991, la Congregación para el Culto Divino autorizó en varias ocasiones en los últimos años el uso de fórmulas alternativas al texto tradicional del Vía Crucis.

Con el Vía Crucis bíblico no se pretendía cambiar el texto tradicional, que sigue siendo plenamente válido, sino simplemente resaltar algunas 'estaciones importantes' que en el textus receptus -texto recibido- están ausentes o en un segundo plano. Y, de hecho, esto solo enfatiza la extraordinaria riqueza del Camino de la Cruz que ningún esquema puede expresar completamente.

El Vía Crucis bíblico arroja luz sobre el papel trágico de los diversos personajes implicados, y la lucha entre la luz y la oscuridad, entre la verdad y la falsedad, que encarnan. Todos participan del misterio de la Pasión, tomando posición a favor o en contra de Jesús, 'signo de contradicción' (Lc 2, 34), y revelando así sus pensamientos ocultos respecto a Cristo.

Haciendo el Vía Crucis, nosotros, los seguidores de Jesús, debemos declarar una vez más nuestro discipulado: llorando como Pedro por los pecados cometidos; abriendo el corazón a la fe en Jesús, el Mesías sufriente, como el Buen Ladrón; quedando allí al pie de la Cruz de Cristo como Madre y Discípulo, y allí con ellos recibiendo la Palabra que redime, la Sangre que purifica, el Espíritu que da vida.

 

Piero Marini

Arzobispo titular de Martirano

Maestro de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice

 

Meditaciones y Oraciones

Elaborados y que pronunciarán:

I              Una pareja de esposos jóvenes

II              Una familia en misión

III              Unos esposos ancianos sin hijos

IV              Una familia numerosa

V              Una familia con un hijo con discapacidad

VI              Una familia que coordina un hogar de acogida

VII              Una familia con la madre enferma

VIII              Una pareja de abuelos

IX              Una familia adoptiva

X              Una viuda con hijos

XI              Una familia con un hijo consagrado

XII              Una familia que ha perdido una hija

XIII              Una familia ucraniana y una familia rusa

XIV              Una familia de migrantes

 

VÍA CRUCIS

Canto

 

El Santo Padre:

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
R/. Amén.

 

Oración de inicio

 

El lector:

Señor Jesús,
en este día consagrado por tu Pasión
elevamos nuestras voces a Ti,
confiados en que nos escuchas.

Te bendecimos
porque eres para nosotros fuente de vida,
tomas sobre ti nuestros sufrimientos,
y con tu santa cruz redimiste al mundo.

Creemos
que tus heridas nos han curado,
que no nos dejas solos en la hora de la prueba
y que tu Evangelio es sabiduría verdadera.

Reconocemos
tu cuerpo martirizado en muchos de nuestros hermanos y hermanas,
la violencia que sufriste en quien es perseguido,
y tu abandono en el suplicio de quien es asesinado.

Tú, que quisiste vivir en una familia,
mira compasivo a nuestras familias,
acoge sus oraciones,
atiende sus gemidos,
bendice sus propósitos,
acompaña su camino,
sostenlas en sus dudas,
consuela sus afectos heridos,
infúndeles la valentía de amar,
concédeles la gracia del perdón
y haz que estén abiertas a las necesidades de los demás.

Señor Jesús, Tú que eres el Crucificado Resucitado,
haz que no nos dejemos robar la esperanza
de una nueva humanidad,
de los cielos nuevos y la tierra nueva,
donde enjugarás toda lágrima de nuestros ojos
y no habrá ni llanto ni dolor,
porque lo antiguo ha pasado
y seremos una gran familia
en tu casa de amor y paz.

 

I estación
La agonía de Jesús en el Huerto de los Olivos

 

V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R/. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Cuando llegaron a un lugar llamado Getsemaní, Jesús dijo a sus discípulos: ‘Siéntense aquí mientras voy a orar’. Se llevó consigo a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir temor y angustia. Entonces les dijo: ‘¡Me muero de tristeza! Quédense aquí y vigilen’. Y, alejándose un poco, se postró en tierra y oraba pidiendo que, si fuera posible, no tuviera que pasar por aquella hora. Decía: ‘¡Abbá, Padre, tú lo puedes todo! Aparta de mí esta copa, pero que no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú’. (Mc 14,32-36)

Aquí estamos. Nos casamos hace apenas dos años. Nuestro matrimonio todavía no ha sido probado por demasiadas tormentas. Llegó la pandemia que complicó un poco todo, pero somos felices. Parece que estamos viviendo una larga luna de miel, a pesar de las discusiones cotidianas y de nuestras diferencias. Aun así, muchas veces tenemos miedo. Cuando pensamos en las parejas de amigos que fracasaron. Cuando leemos en los periódicos que aumentan las rupturas. Cuando nos dicen que seguramente nos separaremos porque así va el mundo, se trata de una cuestión de estadística. Cuando nos sentimos solos porque no nos entendemos. Cuando llegamos con dificultad a fin de mes. Cuando nos encontramos bajo un mismo techo como dos extraños. Cuando nos despertamos de noche y sentimos en el corazón el peso y la angustia de nuestra ‘orfandad’. Porque nos olvidamos que somos hijos. Porque creemos que nuestro matrimonio y nuestra familia dependen sólo de nosotros, de nuestras fuerzas. Nos estamos dando cuenta de que el matrimonio no es sólo una aventura romántica, sino que también es un Getsemaní, es experimentar la angustia antes de partir tu propio cuerpo por el otro.

Señor Jesús, que sufriste miedo y angustia.
R/. Dona nobis pacem.

Tú que rezaste en la hora de la prueba.
R/. Dona nobis pacem.

Tú que nos llamas a velar y a rezar contigo.
R/. Dona nobis pacem.

 

Todos:

Pater noster…

 

Señor Jesús,
que entre olivos apacibles
aceptaste rezando
sufrir por nosotros hasta la muerte, y muerte de cruz,
te pedimos por los esposos jóvenes,
ayúdalos a afrontar las dificultades unidos a ti
y a todos nosotros
concédenos permanecer contigo
en la hora de la prueba.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R/. Amén.

 

II estación
Jesús es traicionado por Judas y abandonado por los suyos

V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R/. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Cuando Jesús todavía estaba hablando llegó Judas, uno de los Doce, acompañado de una gran multitud. De inmediato se acercó a Jesús y le dijo: ‘¡Te saludo, Maestro!’. Y lo besó. Jesús le respondió: ‘Amigo, ¡hasta dónde has llegado!’. Entonces ellos se acercaron, se abalanzaron sobre Jesús y lo arrestaron. En eso, uno de los que estaban con Jesús tomó su espada, la desenvainó e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja (Lc 22,47-50). Jesús, entonces, lo reprendió: ‘¡Vuelve tu espada a su lugar!, pues todos los que empuñan espada, a espada morirán’. Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron. (Mt 26,52.56)

Señor, partimos para la misión hace casi diez años, porque no era suficiente ser felices, queríamos dar nuestra vida para que otros experimentaran esa misma alegría. Queríamos mostrar el amor de Cristo también a quienes no lo conocían, no importaba dónde. La vida de comunidad y las actividades de cada día nos ayudan a educar a los hijos con una visión abierta de la vida y del mundo. Pero no es fácil; no escondemos la angustia y el miedo de que nuestra familia lleve una vida precaria, lejos de nuestro país. A todo esto, se agrega el terror de la guerra tan dramáticamente actual en estos meses. No es sencillo vivir sólo de fe y de caridad, porque a menudo no logramos confiar plenamente en la Providencia. Y a veces, ante el dolor y el sufrimiento de una madre que muere en el parto y, por si fuera poco, bajo las bombas, o de una familia destruida por la guerra o por la carestía y los abusos, viene la tentación de responder con la espada, de huir, de abandonarte, de dejar todo pensando que no vale la pena. Pero sería traicionar a nuestros hermanos más pobres, que son tu carne en el mundo y que nos recuerdan que Tú eres el Viviente.

Señor Jesús, que fuiste traicionado con un beso.
R/. Dona nobis pacem.

Tú que fuiste abandonado por tus discípulos.
R/. Dona nobis pacem.

Tú que experimentaste soledad y humillación.
R/. Dona nobis pacem.

 

Todos:

Pater noster…

 

Señor Jesús,
que recibiste con amor
el beso traidor de Judas,
te suplicamos que concedas a las familias en misión
la valentía de testimoniar tu Evangelio
y a todos nosotros
poder responder al mal con el bien,
para ser constructores de paz y reconciliación.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R/. Amén.

 

III estación
Jesús es condenado por el Sanedrín

 

V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R/. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno buscaban algún testimonio contra Jesús que permitiera condenarlo a muerte, pero no lo encontraban. El Sumo Sacerdote de nuevo lo interrogó: ‘¿Eres Tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito?’. ‘Yo soy’, contestó Jesús. Y todos juzgaron que merecía la muerte. (Mc 14,55.61-62.64)

Fuimos novios pocos meses, después la vida nos separó largo tiempo, haciéndonos experimentar cómo duelen los cálidos latidos de los corazones que están lejos. Y cuando nos volvimos a encontrar nos casamos inmediatamente, con la prisa de quien ya había esperado y temido bastante. Dejamos nuestros hogares de origen para crear uno que fuera nuestro. Comenzamos a recorrer nuestro camino de esposos, llenos de proyectos y también de ilusiones de la juventud. Después la vida puso al descubierto nuestra fragilidad, despojándonos al mismo tiempo de nuestras expectativas y llevándonos por una senda muchas veces escarpada, en cuya cima nos encontramos cara a cara con la imposibilidad de ser padres, experimentando a menudo con dolor muchos juicios sobre nuestra esterilidad. ‘¿Cómo es que no tenéis hijos?’, nos preguntaron miles de veces, como insinuando que nuestro matrimonio y nuestro amor no eran suficientes para ser una familia. Cuántas miradas poco comprensivas tuvimos que digerir. Pero seguimos caminando cada día tomados de la mano, haciéndonos cargo, juntos, de una comunidad de hermanos y amigos que, entre soledades y ternuras, con el tiempo se convirtió en casa y familia.

Señor Jesús, que sufriste una condena injusta.
R/. Dona nobis pacem.

Tú que soportaste críticas y acusaciones.
R/. Dona nobis pacem.

Tú que, siendo inocente, fuiste perseguido.
R/. Dona nobis pacem.

 

Todos:

Pater noster…

 

Señor Jesús,
que fuiste condenado injustamente,
te suplicamos que concedas a los esposos sin hijos
poder caminar tomados de la mano,
viviendo en plenitud el Sacramento del amor conyugal,
y a todos nosotros
poder vivir las adversidades con suave firmeza.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R/. Amén.

 

IV estación
Jesús es negado por Pedro

 

V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R/. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Mientras Pedro estaba abajo, en el patio interior, llegó una de las criadas del Sumo Sacerdote. Al ver a Pedro calentándose junto al fuego lo reconoció y le dijo: ‘¡Tú también estabas con Jesús de Nazaret!’. Pero él lo negó diciendo: ‘¡No sé ni entiendo de qué hablas!’. Y salió afuera, a la entrada del palacio, y cantó un gallo. De inmediato cantó un gallo por segunda vez. Pedro se acordó de lo que Jesús le había dicho: ‘Antes de que el gallo cante dos veces, tú me habrás negado tres’. Y se puso a llorar. (Mc 14,66-68.72)

Cuando nos casamos creíamos que no podíamos tener hijos. Después, en el viaje de bodas, llegó el primero, y nos cambió la vida. Teníamos proyectado ir más despacio, realizarnos en el trabajo, viajar, tratar de vivir al menos un poco como novios eternos. Y, en cambio, mientras todavía incrédulos experimentábamos la belleza de este regalo, llegó el segundo hijo: una niña. Y así, pensándolo hoy, llegaron también los otros, casi sin darnos cuenta. ¿Y nuestros sueños? Modelados por los acontecimientos. ¿Nuestra realización profesional? Modificada por la imperiosa realidad de la vida. Y después el miedo de que podamos un día renegar de todo, como Pedro; la angustia y la tentación del remordimiento ante un nuevo gasto imprevisto, la preocupación por las tensiones con los hijos adolescentes. Los viejos deseos dieron paso a nuestra familia. Es verdad que no es fácil, pero de este modo es infinitamente más hermoso. Y a pesar de las preocupaciones y la densidad de nuestros días, que parece que jamás alcanzan, nunca volveríamos atrás.

Señor Jesús, que has enjugado las lágrimas de Pedro.
R/. Dona nobis pacem.

Tú que perdonas a quien se reconoce pecador.
R/. Dona nobis pacem.

Tú que comprendes nuestras incertidumbres.
R/. Dona nobis pacem.

Todos:

Pater noster…

 

Señor Jesús,
que abres los brazos a quien invoca el perdón,
te suplicamos que concedas a las familias numerosas
poder superar con alegría cada dificultad
y a todos nosotros
poder levantarnos siempre después de una caída.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R/. Amén.

 

V estación
Jesús es juzgado por Pilatos

 

V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R/. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Pilato otra vez les preguntó: ‘¿Y qué quieren que haga con el que ustedes llaman ‘el rey de los judíos’?’. Ellos contestaron a gritos: ‘¡Crucifícalo!’. Pilato les replicó: ‘Pero, ¿qué mal ha hecho?’. Sin embargo, ellos gritaban aún más fuerte: ‘¡Crucifícalo!’. Entonces Pilato, para complacer a la gente, dejó en libertad a Barrabás y a Jesús, en cambio, después de hacerlo azotar, lo entregó para que lo crucificaran. (Mc 15,12-15)

Nuestro hijo ya fue juzgado desde antes de venir al mundo. Encontramos médicos que cuidaron de su vida antes de nacer, y médicos que con toda claridad nos habían hecho entender que era mejor que no naciera. Y cuando elegimos la vida, también nosotros fuimos objeto de juicio: ‘Va a ser un peso para vosotros y para la sociedad’, nos dijeron. ‘Crucifícalo’. Y, sin embargo, no había cometido ningún mal. Cuántas veces el juicio del mundo es precipitado y superficial, y nos hace sufrir incluso con una mirada. Cargamos sobre nosotros la vergüenza de una diversidad que con frecuencia es más compadecida que acompañada. La discapacidad no es un alarde ni una etiqueta, sino más bien la apariencia de un alma que con frecuencia prefiere callar frente a los juicios injustos, no por vergüenza sino por misericordia hacia el que juzga. No somos inmunes a la cruz de la duda o a la tentación de preguntarnos qué habría ocurrido si las cosas hubieran sido de otra forma. Pero, en realidad, la discapacidad es una condición, no una característica, y el alma, gracias a Dios, no conoce barreras.

Señor Jesús, que miraste con amor a tus adversarios.
R/. Dona nobis pacem.


Tú que no tuviste miedo a quien mata el cuerpo, pero no la vida.
R/. Dona nobis pacem.

Tú que juzgas con amor misericordioso.
R/. Dona nobis pacem.

Todos:

Pater noster…

 

Señor Jesús,
que fuiste juzgado por lógicas mundanas,
te suplicamos que concedas
a las familias con hijos que sufren
alivio en las dificultades
y a nosotros poder elegir, proteger y amar
la vida en toda circunstancia.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R/. Amén.

 

VI estación
Jesús es flagelado y coronado de espinas

V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R/. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Pilato, después de hacer azotar a Jesús, lo entregó para que lo crucificaran. Lo vistieron con un manto de color púrpura, trenzaron una corona de espinas y se la pusieron. Luego comenzaron a saludarlo: ‘¡Salve, rey de los judíos!’. Y le golpeaban la cabeza con una caña, lo escupían y le rendían homenaje poniéndose de rodillas. (Mc 15,15.17-19)

Nuestra casa es grande, no sólo en términos de espacio, sino sobre todo por la riqueza humana que allí habita. Nunca, desde el comienzo del matrimonio, fuimos sólo dos. Nuestra vocación de acoger el dolor fue y sigue siendo aún ahora -con 42 años de matrimonio, tres hijos naturales, nueve nietos y cinco hijos adoptivos no autosuficientes y con graves dificultades psíquicas- todo lo contrario a triste. No merecemos que la vida nos bendiga tanto. Para el que cree que no es humano dejar solo al que sufre, el Espíritu Santo mueve en el interior la voluntad de actuar y de no permanecer indiferentes, ajenos. El dolor nos ha cambiado. El dolor nos hace volver a lo esencial, ordena las prioridades de la vida y devuelve la sencillez de la dignidad humana en cuanto tal. En la ‘vía dolorosa’ de tantos flagelados y crucificados, junto a ellos, bajo el peso de sus cruces, descubrimos que el verdadero rey es aquel que se entrega y se da como alimento, en alma y cuerpo.

Señor Jesús, que fuiste flagelado en la carne y en el espíritu.
R/. Dona nobis pacem.

Tú que conociste el dolor inocente.
R/. Dona nobis pacem.

Tú que fuiste humillado, insultado, coronado de espinas.
R/. Dona nobis pacem.

Todos:

Pater noster…

 

Señor Jesús,
que padeciste dolor y desprecio,
te suplicamos que concedas a nuestras familias
aprender a acoger a quien está herido
y a todos nosotros hacernos cargo
y aliviar el dolor de los demás.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R/. Amén.

 

VII estación
Jesús es cargado con la cruz

V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R/. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Después de burlarse de Jesús le quitaron el manto de color púrpura, lo vistieron con su ropa y lo sacaron para crucificarlo. (Mc 15,20)

Una mañana como tantas mi mujer se desmayó dos veces. La carrera al hospital y el descubrimiento de una enfermedad que en su cabeza ya estaba insinuando el veneno. La operación, la rehabilitación, los cuidados; y hoy una cotidianidad completamente nueva para todos nosotros. El Señor nos habla a través de acontecimientos que no siempre comprendemos y nos conduce de la mano para que demos lo mejor de nosotros mismos. Ella tenía un rol, una posición, una ‘apariencia’, y se encontró completamente diferente. Desnuda, indefensa, crucificada. Y yo con ella. A través de esta enfermedad, con esta cruz, nos convertimos en el pilar donde los hijos saben que pueden apoyarse. Antes no era así. Casi podría decir que hoy, con los ojos penetrantes en su glabro dolor, es plenamente madre y mujer. Sin adornos, en la esencialidad de una vida nueva y más difícil. Estar bloqueados, inmovilizados por un pensamiento punzante, me obliga sobre todo a mí, que era tan obstinadamente orgulloso, a descubrir qué maravilloso don son las otras familias, las que intentan hacerte reír, te ayudan en la cocina, acompañan a tus hijos a catequesis, te escuchan, te entienden con una mirada, y, aun teniendo situaciones tanto o más complicadas todavía, se preocupan constantemente por ti.

Señor Jesús, que no buscaste honores mundanos.
R/. Dona nobis pacem.

Tú que has cargado sobre ti el peso de todos los mortales.
R/. Dona nobis pacem.

Tú que has abrazado el pesado madero de la cruz.
R/. Dona nobis pacem.

Todos:

Pater noster…

 

Señor Jesús,
que convertiste el patíbulo de muerte
en fuente inagotable de vida,
te suplicamos,
haz que los hijos cuiden de sus padres
asistiéndolos con gratitud,
y a todos nosotros que aprendamos de Ti
la alegría de amar y entregarse generosamente.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R/. Amén.

 

VIII estación
Jesús es ayudado por el Cireneo a cargar la cruz

V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R/. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Cuando se llevaban a Jesús detuvieron a un hombre de Cirene, llamado Simón, que volvía del campo, y lo obligaron a cargar la cruz para que la llevara detrás de Jesús. (Lc 23,26)

Nos jubilamos hace dos años y, justo cuando comenzábamos a imaginar cómo gastaríamos las energías recuperadas, nos llegó la noticia del despido de nuestro yerno. Durante la pandemia asistimos indefensos a la crisis del matrimonio de nuestra hija mayor. Los nietos empezaron a inundar de vitalidad y confusión nuestra casa, como no ocurría desde que eran pequeños nuestros tres hijos, y esto ya no sólo los domingos. Pusimos en el coche un portabebés y compramos una pizarra para escribir los compromisos de nuestros cinco nietos, sin correr el riesgo de olvidarnos de algo. Nuestros músculos ya no son los de antes, pero el bagaje de experiencias nos hace más dóciles a la vida respecto a cuando teníamos la fuerza de correr. La cruz de la precariedad de las familias y del trabajo nos preocupa. Y hoy, que naturalmente nos sentiríamos inclinados a ocuparnos de nuestros cansancios y del innegable miedo a la muerte, nos vemos cargados con una cruz inesperada, puesta sobre nuestras espaldas a pesar nuestro. El paso a menudo se hace lento y en la noche, después de haber sonreído, nos encontramos llorando de compasión. Pero ser ‘oxígeno’ para las familias de nuestros hijos es un don que nos vuelve a llevar a las emociones que experimentábamos cuando eran pequeños. Nunca se deja de ser mamá y papá.

Señor Jesús, que compartiste el peso de la cruz.
R/. Dona nobis pacem.

Tú que nos sometes al juicio de tu cruz.
R/. Dona nobis pacem.

Tú que pides que te sigamos cargando nuestra cruz.
R/. Dona nobis pacem.

Todos:

Pater noster…

 

Señor Jesús,
que nos llamas a llevar las cargas los unos de los otros,
te suplicamos que concedas a nuestras familias
saber compartir las alegrías y las dificultades,
y a todos nosotros crecer en fraternidad activa.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R/. Amén.

 

IX estación
Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén

V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R/. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Seguía a Jesús una gran multitud del pueblo y de mujeres que lloraban y se lamentaban por él. Pero Jesús, volviéndose a ellas, les dijo: ‘¡Mujeres de Jerusalén, no lloren por mí! Lloren más bien por ustedes y por sus hijos’. (Lc 23,27-28)

Ahora somos cuatro. Durante largos años fuimos dos, y tuvimos que afrontar la cruz de la soledad y la gestación de una paternidad diferente a como siempre la habíamos imaginado. La adopción es la historia de una vida marcada por el abandono, que es sanada gracias a una acogida. Pero el abandono es una herida que sangra siempre. Y la adopción es una cruz que padres e hijos cargan juntos sobre las espaldas, soportándola, tratando de aliviar su dolor y también amándola, en cuanto forma parte de la historia del hijo. Pero duele ver a un hijo que sufre por su pasado, hace daño intentar amarlo sin lograr rasguñar mínimamente su dolor. Nos adoptamos mutuamente. Y no hay un día en el que no nos levantemos pensando que ha valido la pena; que todo este esfuerzo no ha sido en vano; que esta cruz, aun cuando sea dolorosa, esconde un secreto de felicidad.

Señor Jesús, que has atraído las miradas de las mujeres de Jerusalén.
R/. Dona nobis pacem.

Tú que enjugaste lágrimas y consolaste corazones.
R/. Dona nobis pacem.

Tú que recorriste con valentía el camino de la cruz.
R/. Dona nobis pacem.

Todos:

Pater noster…

 

Señor Jesús,
que te encaminaste hacia la cruz
con los ojos abiertos y el corazón dispuesto,
te suplicamos que concedas a los padres y a sus hijos adoptivos
crecer juntos como familias acogedoras
y a todos nosotros contribuir a la alegría del prójimo.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R/. Amén.

X estación
Jesús es crucificado

V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R/. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Cuando llegaron al lugar llamado ‘La Calavera’, crucificaron a Jesús y a los dos malhechores, uno a su derecha y otro a su izquierda. Jesús decía: ‘Padre, perdónalos, no saben lo que hacen’. Después hicieron un sorteo y se repartieron sus ropas. El pueblo estaba contemplando. Los jefes se burlaban y le decían: ‘¡Salvó a otros! ¡Que se salve a sí mismo si este es el Mesías de Dios, el elegido!’. Los soldados también se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían: ‘¡Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo!’. Encima de él había un cartel con la inscripción: ‘Este es el rey de los judíos’. (Lc 23,33-38)

Somos una madre y dos hijos. Desde hace más de siete años somos una silla con tres patas en lugar de cuatro: hermosísima y valiosa, aunque un poquito inestable. Bajo la cruz, cada familia, incluso la más imperfecta, la más dolorida, la más extraña, la más carente, encuentra su sentido profundo. También la nuestra. Hemos experimentado, no sin lágrimas y dolor, que Jesús, en ese abrazo de maderos clavados, nos mira y no nos deja nunca solos. No sólo nos encomienda a un amor genérico del creador respecto a sus criaturas, sino que nos confía a un amigo, a una madre, a un hijo, a un hermano. A una Iglesia que, con todos sus defectos, nos tiende la mano y, aunque pueda parecer imposible, a veces sostiene el peso por nosotros, permitiéndonos de vez en cuando recuperar el aliento. El amor se multiplica porque es gratuito, aun cuando tengo la tentación de querer saber por qué, si ‘ha salvado a otros, si es el Cristo de Dios, su elegido’, no ha podido salvar también a mi marido. Pero la herida de Uno en la cruz es herencia, vínculo y relación al mismo tiempo. El Amor se hace real, porque, en nuestro abismo y en nuestras dificultades, no somos abandonados.

Señor Jesús, que extendiste los brazos en la cruz.
R/. Dona nobis pacem.

Tú que para salvarnos a nosotros no te salvaste a ti mismo.
R/. Dona nobis pacem.

Tú que perdonaste a tus verdugos.
R/. Dona nobis pacem.

Todos:

Pater noster…

 

Señor Jesús,
que con los brazos abiertos en cruz
abrazas a quien está solo y abandonado,
te suplicamos que concedas a las familias
que sufren la pérdida de sus padres
sentirte presente en su dolor,
y a todos nosotros saber llorar con el que llora.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R/. Amén.

 

XI estación
Jesús promete el Reino al buen ladrón

V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R/. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Cuando llegaron al lugar llamado ‘La Calavera’, crucificaron a Jesús y a los dos malhechores, uno a su derecha y otro a su izquierda. Uno de los malhechores le dijo: ‘¡Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu Reino!’. Jesús le respondió: ‘Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso’. (Lc 23,33.42-43)

Recién ahora sonreímos recordando todas las expectativas que habíamos puesto en nuestro hijo. Lo criamos para que fuera feliz, para que se realizara, para que siguiera las huellas del abuelo. Sí, tal vez hubiéramos querido para él una vida diferente. Una familia, un trabajo, unos hijos, unos nietos. En resumen, la ‘normalidad’. Ya habíamos vivido su vida en su lugar. Y, en cambio, llegaste Tú y trastocaste todo. Destruiste nuestros sueños por algo más grande. Hiciste que su vida no siguiera la lógica del ‘siempre se hizo así’ y lo llamaste para que estuviera contigo. Pero, ¿cómo? ¿Por qué precisamente él? ¿Por qué justo nuestro hijo? Al principio no lo tomamos bien, lo combatimos, lo abandonamos. Creímos que nuestra frialdad lo habría hecho volver sobre sus pasos. Como dos malhechores, intentamos sembrar en su cabeza la duda de que se estuviera equivocando totalmente. Pero comprendimos que no se puede luchar contra Ti. Nosotros somos un vaso y Tú eres el mar. Nosotros somos una chispa y Tú eres el fuego. Y entonces, como el buen ladrón, también nosotros te pedimos que te acuerdes de nosotros cuando entres en tu Reino.

Señor Jesús, que moriste como un malhechor.
R/. Dona nobis pacem.

Tú que transformaste la cruz en un trono real.
R/. Dona nobis pacem.

Tú que nos abriste las puertas del paraíso perdido.
R/. Dona nobis pacem.

Todos:

Pater noster…

 

Señor Jesús,
que nos has revelado los misterios de tu Reino,
donde el más grande es aquel que sirve,
te suplicamos que guíes a los padres
para que acompañen la vocación de sus hijos
y a nosotros concédenos ser fieles discípulos tuyos.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R/. Amén.

 

XII estación
Jesús entrega la Madre al discípulo amado

V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R/. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Junto a la cruz de Jesús estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Cuando Jesús vio a su madre y a su lado al discípulo a quien amaba, dijo a su madre: ‘¡Mujer, ahí tienes a tu hijo!’. Luego dijo al discípulo: ‘¡Ahí tienes a tu madre!’. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa. (Jn 19,25-27)

En casa éramos cinco: nuestros tres hijos, mi marido y yo. Hace cinco años la vida se complicó. Un diagnóstico difícil de aceptar, una enfermedad oncológica escrita a cada momento en el rostro de la hija más pequeña. Una enfermedad que, aunque nunca apagó su sonrisa, hizo que el rechinar de la injusticia que vivíamos fuera aún más doloroso. A pesar de las ‘burlas’ con las que el dolor parecía que ya nos había envuelto, después de sólo seis años de matrimonio mi marido nos dejó por una muerte improvisa, poniéndonos en un camino de soledad desgarrador, durante el cual acompañamos a la pequeña de casa a su último adiós. Ya pasaron cinco años desde el comienzo de esta aventura que no hemos comprendido en absoluto racionalmente, pero la certeza es que el Señor siempre ha estado en esta gran cruz y lo sigue estando todavía hoy. ‘Dios no llama a los capacitados, sino que capacita a los que llama’: esto nos dijo un día una religiosa, y estas palabras nos han cambiado la perspectiva de vida de los últimos años. La mentira más grande con la que hemos combatido es la de ya no ser una familia. No conozco otro modo para responder a mi corazón y a mi dolor en la carne, sino confiándome al Señor que vive este tramo de vida terrena conmigo. Muchas veces, en las sesiones de quimioterapia de mi hija, me sentí como María al pie de la cruz; y es esa experiencia la que hoy me hace sentir -aunque sólo sea por un poquito- madre de mi Señor.

Señor Jesús, que conociste la agonía de los afectos.
R/. Dona nobis pacem.

Tú que no diste a la muerte la última palabra.
R/. Dona nobis pacem.

Tú que nos entregaste a tu misma Madre como última voluntad.
R/. Dona nobis pacem.

Todos:

Pater noster…

 

Señor Jesús,
que antes de expirar quisiste
entregarnos a tu Madre y confiarnos a sus cuidados,
te suplicamos que concedas a las familias
marcadas por la muerte de un hijo
custodiar la gracia recibida con el don de su vida
y a todos nosotros, consolados por el Espíritu,
aceptar tu última voluntad.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R/. Amén.

 

XIII estación
Jesús muere en la cruz

V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R/. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

A las tres de la tarde, Jesús gritó con fuerza: ‘¡Eloí, Eloí!, ¿lemá sabajtaní?’, que significa: ‘¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?’. Uno de ellos fue corriendo a empapar una esponja en vinagre y, sujetándola en una caña, le daba de beber diciendo: ‘¡Déjenlo! A ver si viene Elías a descolgarlo’. Entonces Jesús, lanzando un fuerte grito, expiró. (Mc 15,34.36-37)

La muerte está en torno y la vida parece perder valor. Todo cambia en pocos segundos. La existencia, los días, la despreocupación de la nieve en invierno, ir a buscar a los niños a la escuela, el trabajo, los abrazos, las amistades, todo. Todo pierde improvisamente valor. Señor, ¿dónde estás? ¿Dónde te escondiste? Queremos la vida de antes. ¿Por qué todo esto? ¿Qué culpa cometimos? ¿Por qué nos has abandonado? ¿Por qué has abandonado a nuestros pueblos? ¿Por qué has dividido de este modo a nuestras familias? ¿Por qué ya no tenemos ganas de soñar ni de vivir? ¿Por qué nuestras tierras se han vuelto tenebrosas como el Gólgota? Se nos acabaron las lágrimas. La rabia ha cedido a la resignación. Sabemos que Tú nos amas, Señor, pero no percibimos este amor, lo que nos hace enloquecer. Nos despertamos en la mañana y por algunos segundos somos felices, pero luego nos acordamos inmediatamente de que será difícil reconciliarnos. Señor, ¿dónde estás? Háblanos desde el silencio de la muerte y de la división, y enséñanos a reconciliarnos, a ser hermanos y hermanas, a reconstruir lo que las bombas habrían querido aniquilar.

Señor Jesús, que nos amaste hasta el fin.
R/. Dona nobis pacem.

Tú que muriendo destruiste la muerte.
R/. Dona nobis pacem.

Tú que exhalando el último respiro nos has dado la vida.
R/. Dona nobis pacem.

Todos:

Pater noster…

 

Señor Jesús,
que de tu costado traspasado
hiciste brotar la reconciliación para todos,
te suplicamos que concedas a las familias
destruidas por lágrimas y sangre
creer en la fuerza del perdón
y a todos nosotros construir paz y concordia.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R/. Amén.

 

XIV estación
El cuerpo de Jesús es puesto en el sepulcro

V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R/. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

José tomó el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia y lo puso en el sepulcro nuevo que él había excavado en la roca. Después hizo rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro y se fue. María Magdalena y la otra María se quedaron allí, sentadas delante del sepulcro. (Mt 27,59-61) 

Ya estamos aquí. Hemos muerto a nuestro pasado. Hubiéramos querido vivir en nuestra tierra, pero la guerra nos lo ha impedido. Es difícil para una familia tener que elegir entre sus sueños y la libertad. Entre los anhelos y la supervivencia. Estamos aquí después de viajes en los que hemos visto morir mujeres y niños, amigos, hermanos y hermanas. Estamos aquí, supervivientes. Nosotros, que en nuestra casa éramos importantes, aquí somos percibidos como una carga, como números, categorías, simplificaciones. Sin embargo, somos mucho más que inmigrantes. Somos personas. Hemos viajado hasta aquí por nuestros hijos. Morimos cada día por ellos, para que puedan tener una vida normal, sin bombas, sin sangre, sin persecuciones. Somos católicos, pero también esto a veces parece que pasa a un segundo plano respecto al hecho de que somos migrantes. Si no nos resignamos es porque sabemos que la enorme piedra sobre la puerta del sepulcro un día será removida.

Señor Jesús, que fuiste bajado del madero de la cruz por manos amigas.
R/. Dona nobis pacem.

Tú que fuiste sepultado en la tumba nueva de José de Arimatea.
R/. Dona nobis pacem.

Tú que no conociste la corrupción del sepulcro.
R/. Dona nobis pacem.

Todos:

Pater noster…

 

Señor Jesús,
que descendiste a los infiernos
para liberar a Adán y Eva con sus hijos de la antigua esclavitud,
te suplicamos por las familias de los migrantes,
sácalos del aislamiento que destruye
y a todos nosotros concédenos reconocerte en cada persona
como nuestro amado hermano y hermana.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R/. Amén.

 

Oración final

El Santo Padre:

Padre misericordioso,
que haces salir el sol sobre buenos y malos,
no abandones la obra de tus manos,
por la que no dudaste
en entregar a tu único Hijo,
que nació de la Virgen,
fue crucificado bajo Poncio Pilato,
murió y fue sepultado en las entrañas de la tierra,
resucitó de entre los muertos al tercer día,
se apareció a María Magdalena,
a Pedro, a los demás apóstoles y discípulos,
y siempre está vivo en la santa Iglesia,
que es su Cuerpo viviente en el mundo.

Mantén encendida en nuestras familias
la lámpara del Evangelio,
que ilumina alegrías y dolores,
cansancios y esperanzas;
que cada casa refleje el rostro de la Iglesia,
cuya ley suprema es el amor.
Por la efusión de tu Espíritu,
ayúdanos a despojarnos del hombre viejo,
corrompido por pasiones engañosas,
 y revístenos del hombre nuevo,
creado según la justicia y la santidad.

Tómanos de la mano, como un Padre,
para que no nos alejemos de Ti;
convierte nuestros corazones rebeldes a tu corazón,
para que aprendamos a seguir proyectos de paz;
haz que los adversarios se den la mano,
para que gusten del perdón recíproco;
desarma la mano alzada del hermano contra el hermano,
para que donde haya odio florezca la concordia.

Haz que no nos comportemos como enemigos de la cruz de Cristo,
para que participemos en la gloria de su resurrección.
Él, que vive y reina contigo,
en la unidad del Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos.
R/. Amén.

Bendición Apostólica

 

El Santo Padre:

El Señor esté con vosotros.

R/. Y con tu espíritu.

Bendito sea el nombre del Señor.
R/. Ahora y por siempre.

Nuestro auxilio es el nombre del Señor.
R/. Que hizo el cielo y la tierra.

Os bendiga Dios omnipotente,
Padre + Hijo + y Espíritu + Santo.
R/. Amén. 

 

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