El miércoles 17 de agosto el Papa Francisco durante la Audiencia General, que tuvo lugar en la gran Aula Pablo VI del Vaticano, dedicó su catequesis a reflexionar sobre la necesidad de mantener la conexión, el enlace, la alianza generacional entre los ancianos, los niños y los jóvenes (Fuente: Vaticano, SPSS y Dicasterio para la Comunicación).

El Santo Padre partió de la seguridad que ofrece al vidente y profeta Daniel, el personaje del Hijo del Hombre, mismo que se le presenta en la teofanía de Dios, que le deja inquieto y temeroso, el Papa Francisco nos facilita la evidencia singular que ofrece este personaje bíblico. Además el sucesor de san Pedro va desentrañando el simbolismo misterioso de esta singular ‘visión’, nos hace cercana la imagen del Dios de muchos días, anciano y de cabellera blanca, que representa la sabiduría y ternura de la edad avanzada.

De ahí parte para guiarnos en la comprensión de la necesidad de que se conserve el dialogo el enlace y conexión entre las generaciones mayores y las más jóvenes, desde la niñez, de modo que se transmita y comunique la rica sabiduría de la etapa de la vejez, la del camino recorrido, la expectativa la esperanza, de la espera calma del proceso de la vida que culmina en la muerte, pero una muerte que lleva el signo de la Resurrección de Jesús, del tesoro de una vida bien vivida –como la del anciano Simeón- , que es capaz de traer paz ante la incertidumbre de la vida, es decir, la riqueza de una vida plena, de modo que el enlace y dialogo de la generaciones sea capaz de enriquecer a sus diversos integrantes bendiciendo y sembrando vidas nuevas desde el contacto de ancianos, niños, jóvenes y adultos.

Síntesis de la catequesis en español que predicó el Santo Padre:

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy en la catequesis reflexionamos sobre un sueño profético narrado en el libro de Daniel. Los diversos símbolos nos hacen ver la relación entre la teofanía -o sea, la manifestación de Dios - , y el ciclo de la vida. Dios es Señor del tiempo y de la historia. Por un lado, se nos presenta la imagen de un Dios anciano, particularmente cuando se habla de sus cabellos que eran como la lana pura; y, por otro lado, vemos su fuerza y su belleza, representadas en el fuego. Estamos delante del misterio de la eternidad de Dios: conviven en Dios lo antiguo y lo nuevo.

Por eso, el testimonio de los ancianos es un don auténtico, es una verdadera bendición para los niños. La alianza de los mayores con los más pequeños salvará la familia humana. Las etapas de la vida no son mundos separados que compiten entre sí, sino más bien son una alianza que une pasado, presente y futuro, dando a la humanidad fuerza y belleza.”

Saludos en español que el Papa dirigió a la asamblea.

“Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, asunta a los cielos, para que podamos siempre contemplar el misterio de la vida y de la muerte con ojos de eternidad. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.”

Video Vatican News

Catequesis General del Santo Padre (traducción no oficial de la catequesis del Papa realizada por la redacción)

“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Las palabras del sueño de Daniel, que hemos escuchado, evocan una visión de Dios misteriosa y al mismo tiempo resplandeciente. Aquella que se retoma al comienzo del libro del Apocalipsis y se refiere a Jesús Resucitado, que se aparece al Vidente como Mesías, Sacerdote y Rey, eterno, omnisciente e inmutable (1,12-15). Él pone su mano sobre el hombro del Vidente y lo calma: ‘¡No temas, soy Yo, el Primero y el Último, el que Vive. Estuve muerto, pero ahora estoy vivo para siempre” (vv. 17-18). Desaparece así la última barrera de temor y angustia que la teofanía siempre ha suscitado: Él que Vive nos calma, nos da seguridad. Él también ha muerto, pero ahora ocupa el lugar que le ha sido destinado: el del Primero y el Último.

En este empalme de símbolos -aquí hay tantos símbolos- que hay un aspecto que quizás ayude a comprender mejor la relación de esta teofanía, esta aparición de Dios, con el ciclo de la vida, el tiempo de la historia, el señorío de Dios para el mundo creado. Y este aspecto tiene que ver con la vejez. ¿Qué tiene que ver? Veamos.

La visión comunica una impresión de vigor y de fuerza, de nobleza, de belleza y de encanto. El vestido, los ojos, la voz, los pies, todo es espléndido en esa visión: ¡es una visión! Sin embargo, su cabello es blanco: como la lana, como la nieve. Como las de un anciano. El término bíblico más difundido para designar a los ancianos es "zaqen": de "zaqan", que significa "barba". La cabellera blanca es el símbolo antiguo de un tiempo extensísimo, de un pasado inmemorial, de una existencia eterna. No hay que desmitificarlo todo con niños: la imagen de un Dios anciano con la cabellera blanca no es un símbolo tonto, es una imagen bíblica, es una imagen noble y también una imagen tierna. La figura que en el Apocalipsis está entre los candelabros de oro se superpone a aquella del "Anciano de de muchos Días" de la profecía de Daniel. Es antiguo como la humanidad entera, pero aún más. Es antiguo y nuevo como la eternidad de Dios, porque la eternidad de Dios es así, antigua y nueva, porque Dios siempre nos sorprende con su novedad, siempre sale a nuestro encuentro, cada día en una manera especial, para ese momento, para nosotros. Se renueva siempre: Dios es eterno, y desde siempre, podríamos decir que hay una ancianidad en Dios, - no es así, sino que es eterno, se renueva.

En las Iglesias orientales, la fiesta del Encuentro con el Señor, que se celebra el 2 de febrero, es una de las doce grandes fiestas del año litúrgico. Esta pone de realce el encuentro de Jesús con el anciano Simeón en el Templo, realza el encuentro de la humanidad, representada por los ancianos Simeón y Ana, con Cristo el pequeño Señor, el Hijo eterno de Dios hecho hombre. Uno de sus bellísimos iconos se puede admirar en Roma en los mosaicos de Santa María en Trastevere.

La liturgia bizantina reza con Simeón: "Éste es el que nació de la Virgen: es el Verbo, Dios de Dios, aquel que por nosotros se encarnó y ha salvado al hombre". Y prosigue: "Que se abra hoy la puerta del cielo: el Verbo eterno del Padre, asumiendo un principio temporal, sin salir de su divinidad, es presentado por su voluntad al templo de la Ley por la Virgen Madre y el hombre anciano lo toma en sus brazos". Estas palabras expresan la profesión de fe de los primeros cuatro Concilios Ecuménicos, que son sagradas para todas las Iglesias. Pero el gesto de Simeón es también el icono más hermoso de la especial vocación a la vejez: mirando a Simeón, miramos el icono más hermoso de la vejez: presentar a los niños que vienen al mundo como un don interrumpido de Dios, sabiendo que uno de ellos es el Hijo engendrado en la intimidad misma de Dios, antes de todos los siglos.

La vejez, encaminada hacia un mundo en el cual el amor que Dios ha puesto en la Creación podrá finalmente irradiar sin obstáculos, debe cumplir este gesto de Simeón y Ana, antes de su partida. La vejez deberá rendir testimonio - esto para mí es el núcleo, lo más central de la ancianidad - la vejez debe rendir testimonio a los niños de sus bendiciones: ella consiste en su iniciación - bella y difícil - al misterio de una destinación a la vida que nadie puede destruir. Ni siquiera la muerte. Dar testimonio de fe ante un niño es sembrar esta vida; también, dar testimonio de humanidad y de fe es vocación de los ancianos. Dar a los niños la realidad que han vivido como testimonio, dar el testimonio. Los viejos estamos llamados a esto, a dar el testimonio, para que ellos lo continúen.

El testimonio de los ancianos es creíble para los niños: los jóvenes y los adultos no son capaces de hacerlo tan auténtico, tan tierno, tan conmovedor, como puede hacerlo los ancianos, los abuelos. Cuando el anciano bendice la vida que viene a su encuentro, deponiendo casa resentimiento por la vida que se va, es irresistible. No está amargado porque pasa el tiempo y está a punto de irse: no. Es con aquella alegría del buen vino, del vino que se ha vuelto bueno con los años. El testimonio de los ancianos une las edades de la vida y las mismas dimensiones del tiempo: pasado, presente y futuro, porque no son sólo la memoria, son el presente y también la promesa. Es doloroso -y dañino- ver que las edades de la vida se conciben como mundos separados, compitiendo entre sí, tratando de vivir unos a expensas de los otros: Esto es malo. La humanidad es antigua, muy antigua, si miramos la hora del reloj. Pero el Hijo de Dios, que nació de una mujer, es el Primero y el Último de todos los tiempos. Quiere decir que nadie cae fuera de su eterna generación, de su espléndida fuerza, de su amorosa proximidad.

La alianza -y digo la alianza – la alianza de los viejos y de los niños, salvará a la familia humana. Donde los niños, donde los jóvenes hablan con los viejos, hay futuro; si no hay diálogo entre viejos y jóvenes, el futuro no está claro. La alianza de los ancianos y los niños salvará a la familia humana. ¿Podríamos, por favor, restituir a los niños, que deben aprender a nacer, el tierno testimonio de los ancianos que poseen la sabiduría de morir? Esta humanidad, que con todo su progreso parece un adolescente nacido ayer, ¿Podrá recuperar la gracia de una vejez que mantiene firme el horizonte de nuestro destino? La muerte es ciertamente un pasaje difícil de la vida, para todos nosotros: es un pasaje difícil. Todos tenemos que ir allá, pero no es fácil.

Sin embargo la muerte es también el pasaje que cierra el momento de la incertidumbre y bota lejos el reloj: es difícil, porque ese es el pasaje de la muerte. Porque la belleza de la vida, que ya no caduca, comienza en ese momento. Pero comienza con la sabiduría de ese hombre y mujer, ancianos, que son capaces de dar el testimonio a los jóvenes. Pensemos en el diálogo, en la alianza de los viejos y los niños, de los viejos con los jóvenes, y hagámoslo de modo que no se rompa este enlace. Que los viejos tengan la alegría de hablar, de expresarse con los jóvenes y que los jóvenes busquen a los viejos para acoger la sabiduría de la vida.”