El sábado 27 de agosto tras concluir la ceremonia del Consistorio Público Ordinario en donde fueron designados 20 nuevos Cardenales –incluido un Salesiano- se llevó a cabo la consulta del voto de Santo Francisco para incluir en el indice de los santos a los beatos Giovanni Battista Scalabrini, obispo de Piacenza, fundador de la Congregación de los Misioneros de San Carlos y de la Congregación de las Hermanas Misioneras de San Carlos Borromeo; y a Artémides Zatti, laico profeso de la Pía Sociedad Salesiana de San Francisco de Sales (Fuentes: Vatican, SPSS, Discasterio para la Comunicación y ANS).

S.E. Cardenal Marcello Semeraro, Prefecto del Dicasterio para las Causas de los Santos, se dirigió al Santo Padre expresando que se habia concluido el procedimiento prescrito por las normas canónicas para las Causas de los Santos, en nombre de la Santa Madre Iglesia, junto con los Cardenales y Obispos aquí reunidos, y rogó Santo Padre incluir en brevedad a los Beatos en cuestión en el catálogo de los Santos: Giovanni Battista Scalabrini y Artémides Zatti.

El Cardenal Semeraro tras presentar breves reseñas biográficas de los Beatos, reitero el ruego a Santísimo Padre, que para la gloria de Dios y el bien de toda la Iglesia, con su autoridad apostólica, decretase los honores celestiales a los Beatos Giovanni Battista Scalabrini y Artémides Zattie, y según su beneplácito, fijará los días en que se inscriben solemnemente en el registro de los santos.

En los relativo y tras la evaluación de los votos relativos a las canonizaciones propuestas, el Santo Padre expresó que se había concluido todo lo necesario para que los Beatos Giovanni Battista Scalabrini y Artemide Zatti fueran considerados en el número de Santos, y con regocijo anunció a sus hermanos del colegio cardenalicio –y con ellos a la Iglesia entera- que considerando que los Beatos Giovanni Battista Scalabrini y Artemide Zatti están propuestos para la veneración de toda la Iglesia; por lo tanto, con la autoridad de Dios todopoderoso, de los apóstoles Pedro y Pablo y la nuestra, se decretaba que los Beatos Giovanni Battista Scalabrini y Artémides Zatti, el 9 de octubre de dos mil veintidós fueran incluidos en el registro de los santos.

Breve biografía del Salesiano Artémides Zatti (Texto: Padre Pierluigi Cameroni SDB, Postulador General de la Congregación)

Artémides Zatti nació en Boretto (Reggio Emilia) el 12 de octubre de 1880. Experimentó la dureza del sacrificio a una edad temprana, tanto que a los nueve años ya se ganaba la vida como jornalero. Obligada por la pobreza, la familia Zatti emigró a Argentina a principios de 1897 (Artémides tenía entonces 17 años) y se instaló en Bahía Blanca.

El joven Artémides empezó a trabajar inmediatamente, primero en un hotel y luego en una fábrica de ladrillos. Comenzó a asistir a la parroquia confiada a los salesianos. El párroco de entonces era el salesiano padre Carlos Cavalli, un hombre piadoso y de extraordinaria bondad. Artémides encontró en él su director espiritual y el párroco encontró en Artémides un excelente colaborador. No tardó en orientarse hacia la vida salesiana. Tenía 20 años cuando se fue al aspirantado en Bernal. Fueron años muy duros para Artémides, que estaba por delante de sus compañeros en edad pero por detrás de ellos en cuanto a los pocos estudios que había realizado. Sin embargo, superó todas las dificultades gracias a su tenaz voluntad, su aguda inteligencia y su sólida piedad.

Al asistir a un joven sacerdote tuberculoso, desgraciadamente contrajo la enfermedad. El interés paternal del padre Cavalli -que lo seguía de lejos- hizo que se eligiera para él la Casa Salesiana de Viedma, donde había un clima más adecuado y sobre todo un hospital misionero con un buen enfermero salesiano que en la práctica hacía de ‘médico’: el padre Evasio Garrone. Éste se dio cuenta inmediatamente del grave estado de salud del joven y, al mismo tiempo, percibió sus virtudes poco comunes. Invitó a Artémides a rezar a María Auxiliadora para obtener la curación, pero también sugirió hacer una promesa: ‘Si Ella te cura, dedicarás toda tu vida a estos enfermos’. Artémides hizo voluntariamente esta promesa y fue curado misteriosamente. Aceptó con humildad y docilidad el no pequeño sufrimiento de renunciar a su sacerdocio (por la enfermedad que había contraído). Ni entonces ni después salió de su boca un lamento por este objetivo no alcanzado.

Hizo su Primera Profesión como salesiano hermano el 11 de enero de 1908 y su Profesión Perpetua el 18 de febrero de 1911. Cumpliendo su promesa a la Virgen, se consagró inmediatamente y por completo al hospital, ocupándose en un principio de la farmacia contigua, después de haber obtenido el título de ‘diplomado en farmacia’. Cuando el padre Garrone murió en 1913, toda la responsabilidad del hospital recayó sobre sus hombros. De hecho, se convirtió en su vicedirector, administrador, experto enfermero estimado por todos los enfermos y por los propios médicos, que poco a poco le fueron dando más libertad de acción. A lo largo de su vida, el hospital fue el lugar donde ejerció su virtud, día tras día, en grado heroico.

Su servicio no se limitaba al hospital, sino que se extendía a toda la ciudad, o mejor dicho, a las dos localidades de la ribera del río Negro: Viedma y Patagones. Normalmente salía con su bata blanca y su bolsa con los medicamentos más comunes. Una mano en el manubrio y la otra con el rosario. Prefería a las familias pobres, pero también le llamaban los ricos. En caso de necesidad, se desplazaba a todas las horas del día y de la noche, hiciera el tiempo que hiciera. No se quedó en el centro de la ciudad, sino que también fue a los tugurios de las periferias. Lo hacía todo gratis, y si recibía algo, iba al hospital.

Artémides Zatti amaba a sus enfermos de una manera realmente conmovedora, veía al propio Jesús en ellos. Siempre fue complaciente con los médicos y quienes tenían algún cargo de dirección en el hospital. Pero la situación no siempre era fácil, tanto por el carácter de algunos de ellos como por las desavenencias que podían surgir entre los gestores legales y él, que lo era de hecho. Sin embargo, supo ganárselos a todos y con su equilibrio logró resolver hasta las situaciones más delicadas. Sólo un profundo dominio de sí mismo podía hacer posible que triunfara sobre la molestia y la fácil irregularidad del horario.

Fue un testimonio edificante de fidelidad a la vida común. A todo el mundo le sorprendía cómo este santo religioso, tan ocupado con sus múltiples compromisos en el hospital, podía ser al mismo tiempo el representante ejemplar de la regularidad. Era él quien tocaba la campana, era él quien precedía a todos los demás hermanos en las citas comunitarias. Fiel al espíritu salesiano y al lema - ‘trabajo y templanza’- legado por Don Bosco a sus hijos, desarrolló su prodigiosa actividad con habitual presteza de ánimo, con espíritu de sacrificio sobre todo en el servicio nocturno, con absoluto desprendimiento de cualquier satisfacción personal, sin tomarse nunca vacaciones ni descanso. Como buen salesiano, supo hacer de la alegría un componente de su santidad. Siempre aparecía alegremente sonriente: así lo retratan todas las fotos que nos han llegado. Era un hombre de fáciles relaciones humanas, con una visible carga de simpatía, siempre feliz de entretener a la gente humilde. Pero era sobre todo un hombre de Dios. Lo irradiaba. Uno de los médicos del hospital dijo: ‘Cuando veía al hermano Zatti, mi incredulidad vacilaba’. Y otro: ‘Creo en Dios desde que conocí al hermano Zatti’.

En 1950, se cayó de una escalera y fue en este accidente cuando se manifestaron los síntomas del cáncer, que diagnosticó con lucidez. Sin embargo, siguió atendiendo su misión durante un año más, hasta que, tras aceptar heroicamente el sufrimiento, falleció el 15 de marzo de 1951 en plena conciencia, rodeado del cariño y la gratitud de una población que desde ese momento comenzó a invocarlo como intercesor ante Dios. Todos los habitantes de Viedma y Patagones acudieron a su funeral en una procesión sin precedentes.

La fama de su santidad se extendió rápidamente y su tumba comenzó a ser muy venerada. Incluso hoy en día, cuando la gente va al cementerio para los funerales, siempre pasa a visitar la tumba de Artémides Zatti. Beatificado por San Juan Pablo II el 14 de abril de 2002, el beato Artémides Zatti fue el primer coadjutor salesiano no mártir en ser elevado a los honores de los altares.