Después de regresar la noche del viernes 29 de julio a Roma, este 31 de julio de 2022, Fiesta de San Ignacio de Loyola fundador de los Jesuitas -Orden Religiosa de la que proviene el Papa Francisco-, en el Domingo XVIII del Tiempo Ordinario, el Santo Padre volvió a presidir el rezo del Ángelus, durante el cual se dirigió a los fieles y peregrinos que le esperaban en la Plaza de San Pedro. En esta ocasión comentó el Evangelio de san Lucas (Lc 12, 13-21), y puso de realce la advertencia que Jesús hace: "Guárdense de toda codicia" (Lc. 12, 15), ante la petición que le hace un hombre, rogándole que exhortará a su hermano para que compartiera con él su herencia (Fuente: SPSS, Vaticano y Dicasterio de la Comunicación).

El Papa destacó que la codicia es la "ambición desenfrenada por las posesiones, siempre queriendo enriquecerse. -afirmó contundentemente que- Es una enfermedad que destruye a las personas, porque el hambre de posesiones es adictiva. Especialmente los que tienen mucho nunca están satisfechos", subrayó que es tan grave y peligrosa que ha causado la injusticia e inequidad en el mundo, remarcó que incluso es motivo de las guerras y conflictos en el mundo, donde se ven inmiscuidos intereses creados como el comercio de las armas, un "escándalo al que no debemos ni podemos resignarnos" resaltó el sucesor de san Pedro.

Durante su comentario posterior al rezo del ángelus, el Santo Padre explicó que respecto a su viaje a Canadá, hará los comentarios respectivos en la próxima audiencia general del miércoles 5 de agosto; además destacó que su oración por Ucrania no cesó durante esta peregrinación penitencial.

Cabe destacar que entre sus saludos finales dirigió una efusiva felicitación a las novicias del Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, quienes pronto emitirán su primera profesión religiosa.

Y hoy, día de la fiesta de San Ignacio de Loyola, exhortó a sus hermanos religiosos jesuitas, a seguir siendo valientes en su testimonio apostólico.

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Comentario del Santo Padre a las lecturas del Evangelio del día:

"Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el Evangelio de la Liturgia de hoy, un hombre dirige esta petición a Jesús: "Maestro, dile a mi hermano que comparta la herencia conmigo" (Lc 12,13). Es una situación muy común, problemas similares siguen estando a la orden del día: ¡cuántos hermanos y hermanas, cuántos miembros de una misma familia se pelean desgraciadamente, y quizás ya no se hablan, a causa de la herencia!

Jesús, respondiendo al hombre, no entra en detalles, sino que va a la raíz de las divisiones causadas por la posesión de cosas, y dice claramente: "Guárdense de toda codicia" (v. 15), “Guárdense de toda codicia”. ¿Qué es la codicia? Es la ambición desenfrenada por las posesiones, siempre queriendo enriquecerse. Es una enfermedad que destruye a las personas, porque el hambre de posesiones es adictiva. Especialmente los que tienen mucho nunca están satisfechos: siempre quieren más, y sólo para ellos mismos. Pero así ya no es libre: está apegado, es esclavo de lo que paradójicamente debería haberle servido para vivir libre y sereno. En lugar de servir al dinero, se convierte en un servidor del dinero. Pero la codicia es también una enfermedad peligrosa para la sociedad: por su culpa hemos llegado hoy a otras paradojas, a una injusticia como nunca antes en la historia, donde unos pocos tienen mucho y muchos tienen poco o nada. Pensemos también en las guerras y los conflictos: el ansia de recursos y riqueza está casi siempre implicada. ¡Cuántos intereses hay detrás de una guerra! Sin duda, uno de ellos es el comercio de armas. Este comercio es un escándalo al que no debemos ni podemos resignarnos.

Jesús nos enseña hoy que, en el fondo de todo esto, no hay sólo unos pocos poderosos o ciertos sistemas económicos: al centro está la codicia que hay en el corazón de todos. Así que preguntémonos: ¿cómo es mi desprendimiento de las posesiones, de las riquezas? ¿Me quejo de lo que me falta o me conformo con lo que tengo? ¿Estoy tentado, en nombre del dinero y las oportunidades, a sacrificar las relaciones y sacrificar el tiempo por los demás? Y de nuevo, ¿estoy tentado a sacrificar la legalidad y la honestidad en el altar de la codicia? Digo "altar", altar de la codicia, pero ¿por qué he dicho altar? Porque los bienes materiales, el dinero, las riquezas pueden convertirse en un culto, en una verdadera idolatría. Por eso Jesús nos advierte con palabras fuertes. Dice que no se puede servir a dos señores, y -tengamos cuidado- no dice Dios y el diablo, no, o el bien y el mal, sino Dios y las riquezas (cf. Lc 16,13). Uno espera que diga que no se puede servir a dos señores, a Dios y al diablo, no: a Dios y a las riquezas. Servirse de las riquezas sí; servir a la riqueza no: es idolatría, es ofender a Dios.

Entonces -podríamos pensar- ¿no se puede desear ser ricos? Por supuesto que se puede, es más, es justo desearlo, es bueno hacerse rico, ¡pero rico según Dios! Dios es el más rico de todos: es rico en compasión, en misericordia. Su riqueza no empobrece a nadie, no crea peleas ni divisiones. Es una riqueza que ama dar, distribuir, compartir. Hermanos, hermanas, acumular bienes materiales no es suficiente para vivir bien, porque -repite Jesús- la vida no depende de lo que se posee (cf. Lc 12,15). En cambio, depende de las buenas relaciones: con Dios, con los demás y también con los que tienen menos. Entonces, nos preguntamos: ¿cómo quiero enriquecerme? ¿quiero enriquecerme Según Dios o según mi codicia? Y volviendo al tema de la herencia, ¿qué herencia quiero dejar? ¿Dinero en el banco, cosas materiales, o gente feliz a mi alrededor, buenas obras que no se olvidan, personas a las que he ayudado a crecer y madurar?

Que la Virgen nos ayude a comprender cuáles son los verdaderos bienes de la vida, los que permanecen para siempre."

Palabras del Santo Padre después del Ángelus

"¡Queridos hermanos y hermanas!

Ayer por la mañana regresé a Roma tras mi viaje apostólico de seis días a Canadá. Tengo previsto hablar de ello en la audiencia general del próximo miércoles, pero ahora quiero dar las gracias a todos los que han hecho posible esta peregrinación penitencial, empezando por las autoridades civiles, los jefes de los pueblos indígenas y los obispos canadienses. Agradezco sinceramente a todos los que me acompañaron con sus oraciones. Gracias a todos.

Incluso durante el viaje, no dejé de rezar por el pueblo ucraniano, agredido y martirizado, pidiendo a Dios que lo libere del flagelo de la guerra. Si se mira la realidad con objetividad, teniendo en cuenta el daño que cada día de guerra supone para esa población pero también para el mundo entero, lo único razonable sería parar y negociar. Que la sabiduría inspire pasos concretos de paz.

Les dirijo mis saludos a ustedes, romanos y peregrinos. Saludo, en particular, a las novicias Hijas de María Auxiliadora que están a punto de hacer su primera profesión religiosa; al grupo de Acción Católica de Barletta; a los jóvenes de la diócesis de Verona; a los jóvenes de la unidad pastoral "Pieve di Scandiano"; y a los del grupo "Gonzaga" de Carimate, Montesolaro, Figino y Novedrate, que han recorrido la Vía Francigena. En la fiesta de San Ignacio de Loyola extiendo un afectuoso saludo a mis hermanos jesuitas, sigan caminando con celo, con alegría en el servicio del Señor. ¡Sean valientes!"

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