La santa Misa de la Cena del Señor, día en que se recuerda la institución del sacerdocio y de la Eucaristía, además del apostolado del servicio con el lavatorio de los pies de Jesús sus discípulos, el santo padre Francisco, como acostumbra cada Semana Santa, presidió esta solemne ceremonia en un centro penitenciario.  A diferencia de las otras celebraciones en esta ocasión delegó la Consagración Eucarística, a causa del estado delicado de sus rodillas, sin embargo, y no obstante su estado de salud, en su calidad de Obispo de Roma y Vicario de Cristo en la Iglesia realizó el rito y gesto del lavado de los pies a 12 jóvenes internos del Instituto Penal para Menores (Varonil y Femenil) "Casal del Marmo", ubicado en la vía de Giuseppe Barellai No. 140 en Roma. Este instituto a cargo del Ministerio de Justicia Local y de la comuna de Roma, que gestiona la resocialización y readaptación de los menores infractores ofrece servicios educativos de alfabetización, escuela elemental y media, además cuenta con diversos talleres y laboratorios como el de tapicería donde se promueve la integración de los chicos en el mundo laboral una vez cumplida su sentencia. El centro cuenta con una capilla donde tuvo lugar la santa Misa (Fuentes : Vaticano,  SPSS, Vatican Media y Dicasterio para la Comunicación).

El Papa en su predicación afirmó que todos hemos fallado, es decir, ‘resbalado’ alguna vez, y por ser precisamente pecadores, es que ante Jesús todos tenemos derecho al perdón y gozamos de dignidad pues todos somos semejantes, necesitados de Dios, es  esa dignidad que Jesús nos otorga y confiere al lavarnos, perdonarnos  y salvarnos.

Homilía del Papa Francisco:

“Llama la atención cómo Jesús, justo el día antes de ser crucificado, hace este gesto. Lava los pies era costumbre en aquella época porque las calles eran polvorosas, la gente venía de fuera y al entrar en una casa, antes del banquete, de la reunión, se les lavaban los pies. ¿Pero quién lavaba los pies? Los esclavos, porque era trabajo del esclavo. Nosotros imaginemos cómo se asombraron los discípulos cuando han visto ven que Jesús comienza a hacer este gesto de un esclavo. Pero Él lo hace para hacerles entender a ellos el mensaje del día después en que moriría como esclavo, para pagar la deuda de todos nosotros.

Si nosotros escucháramos estas cosas de Jesús, la vida sería tan hermosa porque nos apresuraríamos a ayudarnos los unos a los otros, en lugar de engañarnos unos a otros, aprovechándonos unos de otros, como nos enseñan los mañosos.

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Es tan hermoso ayudarse el uno al otro, darse la mano: son gestos humanos, universales, pero nacen de un corazón noble. Y Jesús hoy con esta celebración nos quiere enseñar esto: la nobleza del corazón. Cada uno de nosotros puede decir: ‘Pero si el Papa supiera las cosas que yo tengo dentro...’. Pero Jesús los conoce y nos ama tal como somos, y nos lava los pies de todos nosotros. Jesús no se espanta nunca de nuestras debilidades, no se espanta nunca porque Él ya pagó, solo quiere acompañarnos, quiere llevarnos de la mano para que la vida no nos sea tan dura. Yo haré el mismo gesto de lavar los pies, pero no es una cosa folclórica, no. Pensamos que es un gesto que anuncia cómo debemos ser nosotros, el uno con el otro.

En la sociedad vemos cuántas personas se aprovechan de las otras, cuántas personas que se ven acorraladas y no pueden salir. Cuantas injusticias, cuantas personas sin trabajo, cuantas personas que trabajan y se les paga la mitad, cuantas personas que no tienen dinero para comprar medicinas, cuantas familias destruidas, tantas cosas malas... Y ninguno de nosotros puede decir: ‘Le doy gracias a Dios que no soy así, ¿sabes?’ – ‘¡Si no soy así, es por la gracia de Dios!’; cada uno de nosotros puede resbalar –fallar-, cada uno de nosotros. Y esta conciencia, esta certeza de que cada uno de nosotros puede resbalar es lo que nos da la dignidad -escucha la palabra: la ‘dignidad’- de ser pecadores. Y Jesús nos quiere así y por eso ha querido lavarnos los pies y decir: ‘He venido a salvarles, a servirles’. Ahora haré lo mismo como un recordatorio de lo que Jesús nos ha enseñado: ayudarnos los unos a los otros. Y así la vida es más hermosa y así podemos seguir adelante. Durante el lavatorio de los pies -espero arreglármelas porque no puedo caminar bien- pero durante el lavatorio de los pies ustedes piensen: ‘Jesús me ha lavado los pies, Jesús me ha salvado, y yo tengo esta dificultad actualmente’. Pero pasará, el Señor siempre está a tu lado, nunca te abandona, nunca. Piensa en esto.”