Al medio día del 17 de Marzo de 2024, 5º Domingo de Cuaresma, y sólo ocho días de iniciar la Semana Santa, el Papa Francisco ofreció sus reflexión a los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro, referente al pasaje del Evangelio de San Juan donde Jesús afirma que ha llegado la hora de que sea “glorificado el Hijo de Hombre” (Jn 12, 23), anunciando así su pasión (Cfr. Jn 12, 20-23)
El Santo Pontífice subrayó que la Cruz es “la cátedra de Dios” desde la que nos enseña lo que es la gloria verdadera (Fuente: S.B. OPSS, Vatican Media y Vatican News)
En sus palabras tras el rezo de la oración mariana, el Papa Francisco manifestó su alegría por las buenas noticias sobre la liberación de religiosos en Haití y rogó por que se dieran más casos similares. Al implorar para que paz llegue a Haití, también reiteró su llamamiento a rezar para que la paz llegue a Ucrania, Palestina, Israel, Sudan y Siria donde destacó llevan muchos años en conflictos bélicos.
Palabras del Santo Padre antes iniciar el rezo del Ángelus
“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, quinto Domingo de Cuaresma, mientras nos acercamos a la Semana Santa, Jesús en el Evangelio (cf. Jn 12,20-33) nos dice una cosa importante: que en la Cruz veremos su gloria y la del Padre (Cfr. vv. 23.28).
¿Pero cómo es posible que la gloria de Dios se manifieste precisamente ahí, en la Cruz? Uno podría pensar que eso sucedería en la Resurrección, no en la Cruz, que es una derrota, un fracaso. En cambio, hoy Jesús, hablando de su Pasión, dice: ‘Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre’ (v. 23). ¿Qué quiere decirnos?
Quiere decirnos que la gloria, para Dios, no corresponde al éxito humano, a la fama o a la popularidad; la gloria, para Dios, no tiene nada de autorreferencial, no es una manifestación grandiosa de potencia a la que siguen los aplausos del público. Para Dios la gloria es amar hasta dar la vida. Glorificarse, para Él, quiere decir entregarse, hacerse accesible, ofrecer su amor. Y esto sucedió de manera culminante en la Cruz, precisamente allí, donde Jesús desplegó al máximo el amor de Dios, revelando plenamente su rostro de misericordia, entregándonos la vida y perdonando a quienes lo crucificaron.
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Hermanos y hermanas, desde la Cruz, “cátedra de Dios”, el Señor nos enseña que la gloria verdadera, la que nunca se desvanece y hace feliz, está hecha de entrega y perdón. Entrega y perdón son la esencia de la gloria de Dios. Y son para nosotros el camino de la vida. Entrega y perdón: criterios muy diferentes a lo que vemos a nuestro alrededor, y también en nosotros, cuando pensamos en la gloria como en algo que hay que recibir más que dar; como algo que hay que poseer en vez de ofrecer. No, la gloria mundana pasa y no deja alegría en el corazón; ni siquiera lleva al bien de todos, sino a la división, a la discordia, a la envidia.
Y entonces podemos preguntarnos: ¿Cuál es la gloria que deseo para mí, para mi vida, la que sueño para mi futuro? ¿La de impresionar a los demás por mi maestría, por mis capacidades o por las cosas que poseo? ¿O la vía de la entrega y del perdón, la de Jesús Crucificado, la vía de quien no se cansa de amar, convencido de que eso da testimonio de Dios en el mundo y hace resplandecer la belleza de la vida? ¿Qué gloria quiero para mí? Recordemos, de hecho, que, cuando entregamos y perdonamos, en nosotros resplandece la gloria de Dios. Precisamente ahí: cuando entregamos y perdonamos.
Que la Virgen María, que siguió con fe a Jesús en la hora de la Pasión, nos ayude a ser reflejos vivientes del amor de Jesús.
Comentario del Papa Francisco tras el rezo del Ángelus
“Queridos hermanos y hermanas:
He sabido con alivio que en Haití han sido liberados un profesor y cuatro de los seis religiosos del Instituto Frères du Sacré-Cœur secuestrados el pasado 23 de febrero. Pido que se libere lo antes posible a los otros dos religiosos y a todas las personas que todavía están secuestradas en ese amado país probado por tanta violencia. Invito a todos los actores políticos y sociales a abandonar todo interés particular y a comprometerse con espíritu solidario en la búsqueda del bien común, sosteniendo una transición serena hacia un país que, con la ayuda de la Comunidad internacional, esté dotado de instituciones sólidas capaces de restablecer el orden y la tranquilidad entre sus ciudadanos.
Sigamos rezando por las poblaciones martirizadas por la guerra, en Ucrania, en Palestina y en Israel, en Sudán. Y no olvidemos a Siria, un país que sufre tanto por la guerra, desde hace tiempo.
Les saludo a todos ustedes que han venido a Roma, desde Italia y desde tantas partes del mundo. En particular, saludo a los estudiantes españoles de la red de residencias universitarias “Camplus”, a los grupos parroquiales de Madrid, Pescara, Chieti, Locorotondo y de las parroquias de San Giovanni Leonardi en Roma. Saludo a la Cooperativa Social de San José de Como, a los niños de Perugia, a los jóvenes de Bolonia en camino hacia la Profesión de Fe y a los muchachos de la Confirmación de Pavia, Iolo di Prato y Cavaion Veronese.
Acojo con placer a los participantes de la Maratón de Roma, tradicional fiesta del deporte y de la fraternidad. También este año, por iniciativa de Athletica Vaticana, numerosos atletas participan en los “relevos de la solidaridad”, convirtiéndose en testigos del hecho de compartir.
Y deseo a todos un feliz domingo. por favor, no olviden rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!”