A continuación presentamos el mensaje del Santo Padre, que pronunció el Cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado Vaticano, en la Cumbre de Líderes del G20 (Río de Janeiro, 18-19 de noviembre de 2024) (Fuentes: Vaticano, OPSS, Vatican Media, Vatican News y Dicasterio para la Comunicación).
Mensaje del Santo Padre
“Quiero expresarle mis felicitaciones por su rol como Presidente del Grupo de los 20, que representa a las mayores economías del mundo. También hago extensivo un cálido saludo a todos los presentes en esta Cumbre del G20 en Río de Janeiro. Es mi sincero deseo que los debates y los resultados de este evento contribuyan a la promoción de un mundo mejor y un futuro próspero para las generaciones futuras.
Como escribí en mi Carta Encíclica Fratelli Tutti, “a política mundial no puede dejar de colocar entre sus objetivos principales e imperiosos el de acabar eficazmente con el hambre. Porque ‘cuando la especulación financiera condiciona el precio de los alimentos tratándolos como a cualquier mercancía, millones de personas sufren y mueren de hambre. Por otra parte, se desechan toneladas de alimentos. Esto constituye un verdadero escándalo. El hambre es criminal, la alimentación es un derecho inalienable’. Mientras muchas veces nos enfrascamos en discusiones semánticas o ideológicas, permitimos que todavía hoy haya hermanas y hermanos que mueran de hambre o de sed” (189).
Sin embargo, en el contexto de un mundo globalizado que se enfrenta a una multitud de retos interconectados, es esencial reconocer las significativas presiones que se ejercen actualmente sobre el sistema internacional. Estas presiones se están manifestando en diversas formas, incluida la intensificación de las guerras y los conflictos, las actividades terroristas, las políticas exteriores asertivas y los actos de agresión, así como la persistencia de las injusticias. Por lo tanto, es de suma importancia que el Grupo de los 20 identifique nuevas vías para lograr una paz estable y duradera en todas las áreas relacionadas con los conflictos, con el objetivo de restablecer la dignidad de los afectados.
Los conflictos armados de los que somos testigos actualmente no sólo son responsables de un número significativo de muertes, desplazamientos masivos y degradación ambiental; estos además, contribuyen al aumento de la hambruna y la pobreza, ambas directamente en las zonas afectadas como indirectamente en países que se encuentran a cientos o miles de kilómetros de las zonas de conflicto, en particular a través de la interrupción de las cadenas de suministro. Las guerras siguen ejerciendo una presión considerable sobre las economías nacionales, especialmente debido a la cantidad exorbitante de dinero que se gasta en armas y armamentos.
Además, existe una significativa paradoja en términos de acceso a los alimentos. Por un lado, más de 3 mil millones de personas carecen de acceso a una dieta nutritiva. Por otro lado, casi 2 mil millones de individuos tienen sobrepeso u obesidad debido a la mala nutrición y al estilo de vida sedentario. Esto llama a un esfuerzo concertado para comprometerse activamente en un cambio a todos los niveles y reorganizar los sistemas alimentarios por completo (Cfr. Mensaje para el Día Mundial de la Alimentación 2021).
Además, es muy preocupante que la sociedad aún no haya encontrado una manera de abordar la trágica situación de quienes se enfrentan al hambre. La aceptación silenciosa por parte de la sociedad humana del hambre es una injusticia escandalosa y una grave ofensa. Quienes, mediante la usura y la avaricia, causan el hambre y la muerte de sus hermanos y hermanas en la familia humana, están cometiendo indirectamente un homicidio, que les es imputable (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 2269). No se deben escatimar esfuerzos para sacar a la gente de la pobreza y del hambre.
Es importante tener presente que el problema del hambre no es meramente una cuestión de insuficiente alimentación, sino que es más bien una consecuencia de un cambio más amplio de injusticias sociales y económicas. La pobreza, en particular, es un factor que contribuye significativamente al hambre, perpetuando un ciclo de desigualdades económicas y sociales que están omnipresentes en nuestra sociedad global. La relación entre el hambre y la pobreza está problemáticamente ligada.
Es evidente, pues, que se deben emprender acciones inmediatas y decisivas para erradicar el flagelo del hambre y la pobreza.
Dichas acciones deben emprenderse de manera conjunta y colaborativa, con la intervención de toda la comunidad internacional. La implementación de medidas eficaces requiere un compromiso concreto de los gobiernos, de las organizaciones internacionales y de la sociedad entera. La centralidad de la dignidad humana dada por Dios a cada individuo, el acceso a los bienes básicos y la distribución justa de los recursos deben ser priorizados en todas las agendas políticas y sociales.
Además, la erradicación de la malnutrición no se puede lograr simplemente aumentando la producción mundial de alimentos. De hecho, ya hay alimentos suficientes para alimentar a todos la gente de nuestro planeta; simplemente, están distribuidos de manera desigual. Por lo que, es esencial reconocer la importante cantidad de alimentos que se desperdician a diario. Abordar el desperdicio de alimentos es un reto que requiere una acción colectiva. De esta manera, los recursos se pueden reorientar hacia inversiones que ayuden a los pobres y hambrientos a satisfacer sus necesidades básicas. Asimismo, es igualmente necesario implementar sistemas alimentarios que sean ambientalmente sostenibles y beneficiosos para las comunidades locales.
Está claro que un enfoque integrado, comprensivo y multilateral es crucial para abordar estos retos. Dada la magnitud y el alcance geográfico del problema, las soluciones a corto plazo son insuficientes. Se necesita una visión y una estrategia a largo plazo para combatir eficazmente la mala nutrición. Un compromiso sostenido y consistente es esencial para lograr este objetivo, y esto no debe depender de las circunstancias inmediatas.
En este sentido, es mi esperanza que la Alianza Mundial contra el Hambre y la Pobreza pueda tener un impacto significativo en los esfuerzos mundiales para combatir el hambre y la pobreza. La Alianza podría empezar por poner en práctica la propuesta que la Santa Sede viene formulando desde hace tiempo, según la cual los fondos que actualmente se destinan a armamentos y otros gastos militares deben reorientarse hacia un fondo mundial destinado a combatir el hambre y promover el desarrollo en los países más empobrecidos. Este enfoque podría ayudar a prevenir que los ciudadanos de esos países tuvieran que recurrir a soluciones violentas o ilusorias, o que abandonen sus países en busca de una vida más digna (Cfr. Carta encíclica Fratelli tutti, 262).
Es imperativo reconocer que el incumplimiento de las responsabilidades colectivas de la sociedad hacia los pobres no debe traducirse en la transformación o revisión de los objetivos iniciales en programas que, en lugar de abordar las necesidades genuinas de las personas, las ignoren. En estos esfuerzos, no se puede descuidar ni destruir las comunidades locales, la riqueza cultural y tradicional de los pueblos en nombre de un conceptualización estrecha y miope del progreso. Hacerlo, en realidad, supondría el riesgo de convertirse en sinónimo de ‘colonización ideológica’. En este sentido, las intervenciones y los proyectos deben ser planificados y realizados en respuesta a las necesidades de las personas y de sus comunidades, y no impuestos desde arriba o por entidades que sólo buscan sus propios intereses o beneficios.
Por su parte, la Santa Sede seguirá promoviendo la dignidad humana y dando su contribución específica al bien común, ofreciendo la experiencia y el compromiso de las instituciones católicas de todo el mundo, para que en nuestro mundo ningún ser humano, como persona amada por Dios, se vea privado del pan de cada día.
Que Dios Todopoderoso bendiga abundantemente sus obras y esfuerzos por el genuino progreso de toda la familia humana.
Vaticano, 18 de noviembre de 2024
FRANCISCO”