Art. 1. Experiencia carismática y espiritual del Fundador (Carta de la identidad Carismática)

Con humilde y gozosa gratitud reconocemos que Don Bosco, por iniciativa de Dios y la materna mediación de María, dio comienzo en la Iglesia a una experiencia original de vida evangélica.

El Espíritu plasmó en él un corazón habitado por un gran amor a Dios y a los hermanos, especialmente a los pequeños y pobres, y le hizo de ese modo Padre y Maestro de una multitud de jóvenes, además de Fundador de una extensa Familia espiritual y apostólica.

La caridad pastoral, que encuentra en el Buen Pastor su fuente y su modelo, fue para Don Bosco constante inspiración en la obra de educador y evangelizador, orientando su vida, su oración y el impulso misionero. Con la elección del lema Da mihi animas cetera tolle quiso expresar su pasión por Dios y por los jóvenes, dispuesto a cualquier sacrificio con tal de realizar la misión vislumbrada en el sueño de los nueve años.

Para responder a las esperanzas de la juventud y de las clases populares de su tiempo, fundó en 1841 el Oratorio concebido como una gran familia juvenil e instituyó la Pía Sociedad de San Francisco de Sales, que quiso fuese parte viva de la Iglesia que reconoce en el Sumo Pontífice su centro de unidad.

El encuentro con María Dominica Mazzarello en 1864 lo convenció para que ampliase las fronteras educativas también a las jóvenes; para esto junto con ella fundó en 1872 el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, dedicadas a una obra educativa realizada con su mismo espíritu, pero interpretado en femenino por la Santa de Mornese.

Don Bosco tuvo también relación con muchos católicos, hombres y mujeres, dedicados de diversas formas al bien de los jóvenes, a la defensa y reforzamiento de la fe entre la gente del pueblo; con ellos experimentó la fuerza y la eficacia de actuar unidos. Nació así la Asociación de los Cooperadores salesianos (hoy ‘Salesianos Cooperadores’), comprometidos en realizar en sus familias, en las comunidades cristianas a las que pertenecen y en la sociedad, el común apostolado juvenil, popular y misionero, animados por el mismo espíritu de Valdocco.

A la fundación de estos tres primeros grupos Don Bosco dedicó tiempo, energías, esfuerzo formativo y organizativo. Aun reconociendo la diversidad de los campos de acción, estuvo siempre convencido de que la fuerza apostólica de toda la Familia dependía de la unidad de aspiraciones, de espíritu, de método y de estilo educativo. Signo y garantía de esa unidad fueron los lazos jurídicos de las Hijas de María Auxiliadora y de los Cooperadores con la Congregación salesiana y, de modo especial, con su Superior, el Rector Mayor.

Don Bosco inició también la Asociación de los Devotos de María Auxiliadora (hoy ‘Asociación de María Auxiliadora’) para promover la veneración al Santísimo Sacramento y la devoción a María Auxilio de los Cristianos. En torno a Don Bosco empezaron a reunirse asimismo los primeros Antiguos Alumnos.

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