San Juan Bosco (1816-1888) en 1958, tras ir a Roma a hablar con el Papa Pío IX - Giovanni Maria Mastai Ferretti (1792-1878)-, y narrarle el sueño de los 9 años, tuvo por encomienda del Santo Padre escribir esta experiencia ‘literalmente’. El buen sacerdote junto con este suceso -que marcó la ruta de su misión y obra- plasmó para sus hijos –los salesianos-, las primeras memorias sobre el Oratorio de escritas de su puño y letra (Bosco, 2005), en ella les lego el momento en que para él nació el Oratorio Salesiano: el encuentro con el chico Garrelli, en la solemne fiesta de la Inmaculada Concepción una fecha como hoy (Bosco, 2005, p. 89).

 El 8 de diciembre de 1841, Don Bosco estando en Turín, al prepararse para oficiar Misa con motivo de la fiesta en honor a nuestra Santísima Madre María , se encuentra con un cuadro poco común: el clérigo responsable de la sacristía (Giuseppe –José en italiano- Comotti ), abrumaba a un jovencito, que por ventura se encontraba en el lugar.

Aquél adolescente desconocía como ayudar en la celebración Eucarística, por lo que el sacristán al pedirle sirviese de monaguillo y el mozuelo se negase -a causa de su inexperiencia-, el canónigo en cuestión justificó que debía tundirlo de regaños, maltratarlo y perseguirlo golpeándolo con un plumero, hasta echarlo de la iglesia del ‘Convitto’ (Residencia de formación Sacerdotal) de San Francisco de Asís.

Don Bosco ante tal escena, después de advertir aquel individuo de su mal y poco cristiano proceder con el muchacho, le ordenó que fuera por el jovencillo –a quien Don Bosco señaló como su amigo-, y le convenciera de regresar a hablar con él, Comotti obedeció no de muy buena gana (Bosco, 2003, p. 89).

Tras encontrarse frente a frente, conocerle y saber que se trata de Bartolomé Garreli, a razón de una amable charla, se enteró de su situación de orfandad, pobreza y poca formación; tras la Misa y de rezar ambos una ‘Ave María’ –a la que atribuye el nacimiento del Oratorio con la intercesión de la Virgen María en fecha tan significativa -, el buen y santo sacerdote se compromete con el adolescente a educarle en la fe y le exhorta a regresar con más chicos para formarlos en la catequesis, de esto hace ya 181 años, lo que hoy también celebramos junto con la fiesta de María.

 Relato recogido del las Memorias del Oratorio de San Francisco de Sales (Bosco, 2004, pp. 89-92):

“Apenas entré en el Convitto de San Francisco de Asís, me encontré de inmediato con un cuadrilla de muchachos que me acompañaban por calles y plazas en la misma sacristía de la iglesia del Instituto. Me resultaba imposible ocuparme directamente de por la falta de local. Un gracioso episodio me ofreció la ocasión para intentar sacar adelante el proyecto en favor de los jóvenes que andaban errantes por las calles de la ciudad, particularmente, de los salidos de las cárceles (Bosco, 2003, pp. 89-92).

 

El día solemne de la Inmaculada Concepción de María (8 de diciembre de 1841) y a la hora establecida, me encontraba revistiéndome de los ornamentos sagrados para celebrar la santa misa. El sacristán Giuseppe Comotti, al descubrir en un rincón un jovencito, le invitó a que me ayudara la misa.

-No sé hacerlo, respondió él, muy avergonzado.

-Ven, replicó el otro, debes hacerlo.

-No sé, repuso el jovencito; no lo he hecho nunca.

-Eres un animal, afirmó furiosamente el sacristán; si no sabes ayudar a misa, ¿a qué vienes a la sacristía?

Mientras decía esto, agarró el mango del plumero y la emprendió a golpes en la espalda y la cabeza de aquel pobrecillo.

 

Mientras éste echaba a corre, grité yo con fuerza:

-¿Qué hace? ¿Por qué pegarle de ese modo? ¿Qué ha hecho?

-¿Por qué viene a la sacristía, si no sabe ayudar a misa?

-Pero usted ha hecho mal.

-¿Y a usted qué le importa?

-Me importa mucho; se trata de un amigo mío. Llámele inmediatamente, necesito hablar con él.

 

- Tuder, tuder (del piamontes germánico que significa pueblerino -nota propia-), exclamó llamándole y corriendo tras él; asegurándole que no le haría daño, lo condujo a mi lado

El muchacho se acercó temblando y llorando o por los golpes recibidos.

-¿Has oído ya misa?, le dije con el cariño que me fue posible.

-No, respondió.

-Ven, pues, a la oírla; después me interesaría hablarte de un asunto que te va a gustar.

 Acepó. Deseaba mitigar el disgusto de aquel pobrecito y no dejarle con mala impresión hacia los responsables de aquella sacristía Celebrada la santa misa y practicada la debida acción de gracias, trasladé a mi aspirante a un coro. Sonriendo y asegurándole que no debía temer más bastonazos, empecé a preguntarle de esta manera:

-Mi buen amigo, ¿cómo te llamas?

-Me llamo Bartolomé Garelli.

-¿De qué pueblo eres?

-De Asti.

-¿Vive tu padre?

-No, murió ya.

-¿Y tu madre?

-Mi madre ha muerto también.

-¿Cuántos años tienes?

-Tengo dieciséis.

-¿Sabes leer y escribir?

-No sé nada.

-¿Has sido ya admitido la primera comunión?

-Todavía no.

-¿Te has confesado alguna vez?

-Sí, pero cuando era pequeño.

-Ahora, ¿vas al catecismo?

-No me atrevo.

-¿Por qué?

-Porque los compañeros más pequeños saben el catecismo; y yo, tan mayor; no sé nada. Por eso me da vergüenza de ir a las clases.

-Si te diera catecismo aparte; ¿vendrías a escucharlo?

-Vendría con mucho gusto.

-¿Vendrías con agrado a esta habitación?

-Vendría con mucho gusto, siempre que no me peguen.

-Estate tranquilo; nadie te tratará mal. Al contrario, serás mi amigo, tendrás que tratar conmigo y con nadie más. ¿Cuándo quieres que comencemos nuestro catecismo?

-Cuando le plazca.

-¿Esta tarde?

-Sí.

-¿Quieres ahora mismo?

-Sí, también ahora; con mucho gusto.

Me levanté e hice la señal de la santa cruz para comenzar; pero mi alumno no lo hacía porque no sabía. Aquella primera lección de catecismo la dediqué a enseñarle a hacer la señal de la cruz y a que conociera al Dios creador, junto al fin para el que nos creó.

Aunque de flaca memoria, dada su asiduidad y atención, en pocos domingos logró aprender las cosas necesarias para hacer una buena confesión y poco después su santa comunión.

A este primer alumno se unieron otros muchos; durante aquel invierno me centré en algunos mayores que tenían necesidad de una catequesis especial y, sobre todo, en los que salían de las cárceles.

Palpé entonces por mí mismo que estos muchachos reemprendían una vida honrada, olvidando el pasado y se transformaban en buenos cristianos y honrados ciudadanos, si - una vez fuera del lugar de castigo- encontraban una mano benévola que se ocupara de ellos, los asistiera los días festivos, les buscara un lugar de trabajo con un buen patrón, yéndolos a visitar alguna vez durante la semana. He ahí el origen de nuestro Oratorio, que con la mediación del Señor creció tanto como entonces nunca hubiera imaginado.”

Referencias y fuentes:

Bosco, J. (2003). Memorias del Oratorio de San Francisco de Sales de 1815 a 1855. Madrid: Editorial CCS.