La Virgen María de Guadalupe es la primerísima y verdadera misionera, no sólo México, sino de todo el Continente,  es cariñosamente llamada "la morenita del Tepeyac". Apenas 10 años después de iniciada la Conquista, María la  se dejó ver, y se  'inculturó',  aceptó que la llamaran  "Tonantzin" (venerable Madre) pero no en el sentido de una divinidad, sino de una amorosa mamá.

Ella deja atrás los cultos a deidades mitológicas como  Coatlicue o  Cihuacóatl. De forma constante dejará ver  su acción materna  como símbolo de unidad, de fraternidad, de esperanza y alegría, de reconciliación, perdón y libertad, no es una diosa, es humana, criatura que aceptó la voluntad de Dios y la gracia  del Espíritu Santo:  ser la Madre del "Dios por que se vive", del Emmanuel,   Cristo Jesús.

Ella misma junto con su pequeño Jesús, Hijo  de Dios de quien está en cinta,  se mostrará con rostro nativo,  moreno,  llamando a la conversión, con un estilo amoroso, amable, cercano y compresivo -Ella misma se encarna en la realidad de México -hoy tan compleja- , deja sentir su presencia materna, sin violencia contradiciendo todo lo que se había hecho hasta entonces.

Se manifiesta como signo contrario a la violencia y discordia, nicho de paz y concordia contra el desprecio sensato a  la murmuración o la discriminación, aún  en los tiempos de guerra o los más convulsionado socialmente Ella se hace presente, ya  sea durante la independencia del País, el México imperialista, el de la Reforma, la dictadura, la Revolución, o en la modernidad, y lo hace hasta el día de hoy, y  desde de las primeras apariciones a san Juan Diego, Ella sólo prodiga paz.

Vatican News

El Papa Francisco presidirá  el día 12 de diciembre la solemne Misa en honor al a Santísima Virgen María de Guadalupe. Pueden descargar el librito de la celebración del siguiente enlace :

Homilía del Santo Padre Francisco:

"Lo primero que nos viene a la mente es la imagen de la Virgen impresa en la tilma.
Es la imagen de la primera discípula, de la madre de los creyentes, de la misma Iglesia, que queda impresa en la humildad de aquello que somos y tenemos, que no vale mucho, pero que será algo grande a los ojos de Dios. Queda impresa en la tilma.
La Virgen pide a Juan Diego un pequeño trabajo, recoger unas flores. Las flores, en la mística, significan las virtudes que el Señor infunde en el corazón, no son obra nuestra. El acto de recogerlas nos revela que Dios quiere que acojamos ese don, que perfumemos nuestra débil realidad con obras de bien, eliminando odios, temores.
Si se fijan, en el mensaje de Guadalupe, las palabras de la Virgen: “¿No estoy yo aquí, que soy tu madre?”, cobran un nuevo sentido. Ese “estar” de la Virgen, ese “estar” es quedarse permanentemente impresa en esas pobres ropas, perfumadas por unas virtudes recogidas en un mundo que parece incapaz de producirlas. Virtudes que llenan nuestra pobreza en la sencillez de pequeños gestos de amor, que van iluminando nuestra tilma, sin que nos demos cuenta, con la imagen de una Iglesia que lleva a Cristo en su seno.
La imagen, la tilma, las rosas, este es el mensaje. Así de sencillo, sin glosa. Junto a la seguridad de que Ella es mi madre, que está aquí. Y este mensaje nos defiende de tantas ideologías sociales y políticas con la que con tanta frecuencia se usa esta realidad guadalupana para fundamentarse, justificarse, y ganar dinero. El mensaje guadalupano no tolera ideologías de ningún género. Sólo la imagen, la tilma, las rosas."

492º Aniversario de las apariciones de la Virgen María de Guadalupe

Conmemoramos  el 492º aniversario de la presencia en el país, de la imagen milagrosa de  Nuestra Madre la Santa Virgen María de Guadalupe -patrona de la Inspectoría Salesiana de México-México, Reina de México, Emperatriz de América-, que trae a la memoria cuando Ella se apareció en 4 momentos al santo Juan Diego Cuauhtlatoatzin (1474- 1548), varón mexicano, humilde y devoto cristiano católico, originario del pueblo chichimeca, nacido en Texcoco, allá en el Tepeyac, quien camino hacia su lugar de origen se topó con Ella por primera vez un 9 de diciembre de 1531, y por última ocasión el 12 del mismo mes y mismo año, según narra el documento de Antonio Valeriano (2007) conocido comúnmente como el "Nican Mopohua", cuyo significado en lengua náhuatl se puede traducir como "Aquí se narra", "Así fue" o "así sucedió", frase con la que iniciaban los relatos de los pobladores autóctonos del valle de México y cuyo título más preciso es el "Huei Tlamahuiçoltica" o el “Gran hecho”, “Importante suceso” o “Magnífico acontecimiento” (Magisos, 2015).

Hacia el año 2031 se celebrará el  de 500º aniversario de este Milagro Guadalupano y el Papa Francisco anunció en 2022, el inicio oficial de un ampliop  periodo de festejos hacia este solemne momento, México prosigue un camino de preparación desde hace un año.

Liturgia de la Misa  2023 (La Verdad Católica, 2023).

Solemnidad, Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona de América

ANTÍFONA DE ENTRADA Cfr. Apoc 12, 1

Una gran señal apareció en el cielo: una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza.

Se dice Gloria.

ORACIÓN COLECTA

Dios, Padre de misericordia, que has puesto a este pueblo tuyo bajo la especial protección de la siempre Virgen María de Guadalupe, Madre de tu Hijo, concédenos, por su intercesión, profundizar en nuestra fe y buscar el progreso de nuestra patria por caminos de justicia y de paz. Por nuestro Señor Jesucristo...

LITURGIA DE LA PALABRA**

PRIMERA LECTURA

He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo.

Del libro del profeta Isaías: 7, 10-14

En aquellos tiempos, el Señor le habló a Ajaz diciendo: "Pide al Señor, tu Dios, una señal de abajo, en lo profundo o de arriba, en lo alto". Contestó Ajaz: "No la pediré. No tentaré al Señor".
Entonces dijo Isaías: "Oye, pues, casa de David: ¿No satisfechos con cansar a los hombres, quieren cansar también a mi Dios? Pues bien, el Señor mismo les dará por eso una señal: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros". Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.

O bien:

Yo soy la madre del amor. Vengan a mí los que me aman.

Del libro del Sirácide (Eclesiástico): 24, 23-31

Yo soy como una vid de fragantes hojas y mis flores son producto de gloria y de riqueza. Yo soy la madre del amor, del temor, del conocimiento y de la santa esperanza. En mí está toda la gracia del camino y de la verdad, toda esperanza de vida y de virtud. Vengan a mí. ustedes, los que me aman y aliméntense de mis frutos. Porque mis palabras son más dulces que la miel y mi heredad, mejor que los panales.
Los que me coman seguirán teniendo hambre de mí, los que me beban seguirán teniendo sed de mí; los que me escuchan no tendrán de qué avergonzarse y los que se dejan guiar por mí no pecarán. Los que me honran tendrán una vida eterna. Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.

SALMO RESPONSORIAL

Del salmo 66, 2-3. 5. 7-8.
R/. Que te alaben, Señor, todos los pueblos.

Ten piedad de nosotros y bendícenos; vuelve, Señor, tus ojos a nosotros. Que conozca la tierra tu bondad y los pueblos tu obra salvadora. R/.
Las naciones con júbilo te canten, porque juzgas al mundo con justicia; con equidad tú juzgas a los pueblos y riges en la tierra a las naciones. R/.
Que te alaben, Señor, todos los pueblos, que los pueblos te aclamen todos juntos. Que nos bendiga Dios y que le rinda honor el mundo entero. R/.

SEGUNDA LECTURA

Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer.

De la carta del apóstol san Pablo a los gálatas: 4, 4-7

Hermanos: Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estábamos bajo la ley, a fin de hacemos hijos suyos.
Puesto que ya son ustedes hijos, Dios envió a sus corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: "¡Abbá!", es decir, ¡Padre! Así que ya no eres siervo, sino hijo; y siendo hijo, eres también heredero por voluntad de Dios. Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.

ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO Lc 1, 47
R/. Aleluya, aleluya.

Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador. R/.

EVANGELIO

Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre.

Del santo Evangelio según san Lucas: 1, 39-48

En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea y, entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la criatura saltó en su seno. Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: "¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor". Entonces dijo María: "Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava". Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

  Credo

PLEGARIA UNIVERSAL

Pongamos, hermanos, nuestros ojos en Jesús, que, para salvar al mundo, quiso nacer de santa María Virgen, y oremos por nuestra nación, por los pueblos de América Latina y por el bien de todos los hombres:
Para que el Señor, que quiso que la santidad de la Iglesia se prefigurara y culminara en la perfección de María, conceda a los cristianos de México y a sus pastores se vivo reflejo de aquella santidad que resplandece en la santa Madre de Dios, roguemos al Señor.
Para que nuestra nación, que hoy venera con solemnidad a María, bajo la advocación de Guadalupe, alcance una paz verdadera y estable y vea alejada de sus ciudadanos las injusticias y los egoísmos mutuos, roguemos al Señor.
Para que el ejemplo de la fortaleza de María, que sufrió crueles dolores al pie de la cruz, sea consuelo para los que sufren y esperanza para quienes se sienten decaídos, roguemos al Señor.
Para que los cristianos de México que hoy celebramos la Solemnidad de Nuestra Señora de Guadalupe, demos a los ciudadanos de nuestra nación un claro testimonio de fe cristiana y una colaboración eficaz a la prosperidad de nuestro pueblo, roguemos al Señor.
Dios nuestro, que has querido que santa María de Guadalupe fuera ayuda y patrona del pueblo mexicano, escucha nuestras plegarias y haz que, confiando en su ayuda poderosa, obtengamos los bienes que te hemos pedido. Por Jesucristo, nuestro Señor.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Acepta, Señor, los dones que te presentamos en esta solemnidad de nuestra Señora de Guadalupe, y haz que este sacrificio nos dé fuerza para cumplir tus mandamientos, como verdaderos hijos de la Virgen María. Por Jesucristo, nuestro Señor.

PREFACIO: La Virgen María, signo materno del amor de Dios.

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro.
Porque en tu inmensa bondad has querido que la Madre de tu Hijo, bajo el título de Guadalupe, fuera especial Madre nuestra, refugio y Señora, presencia viva en la historia de este pueblo tuyo.
Ella, mensajera de tu verdad y signo materno de tu amor, nos brindó compasión, auxilio y defensa, y hoy nos invita a reconciliarnos contigo y entre nosotros, y a proclamar el Evangelio de tu Hijo, para hacer que florezcan en nuestras tierras la fraternidad y la paz.
Por eso, con todos los ángeles y los santos, te alabamos, proclamando sin cesar: Santo, Santo, Santo...

ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN Cfr. Sal 147, 20

No ha hecho nada semejante con ningún otro pueblo; a ninguno le ha manifestado tan claramente su amor.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

Que el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, que acabamos de recibir en este sacramento, nos ayuden, Señor, por intercesión de santa María de Guadalupe, a reconocernos y amarnos todos como verdaderos hermanos. Por Jesucristo, nuestro Señor.

 

Relato de la Apariciones

(DLF, 2022), (Guerrero Rosado, 2012), (Zengarini, 2013) y (Valeriano, 2007)

(...) Diez años después de conquistada la Ciudad de México, cuando ya estaban depuestas las flechas, los escudos, cuando por todas partes había paz en los pueblos, así como brotó, ya verdece, ya abre su corola la fe, el conocimiento de aquél por quien se vive: el verdadero Dios.

En aquella sazón, el año 1531, a los pocos días del mes de Diciembre, sucedió que había un indito, un pobre hombre del pueblo. Su nombre era Juan Diego, según se dice, vecino de Cuauhtitlán, y en las cosas de Dios, en todo pertenecía a Tlatilolco.

Era sábado, muy de madrugada, venía en pos de Dios y de sus mandatos, y al llegar cerca del Cerrito llamado Tepeyac ya amanecía. Oyó cantar sobre el cerrito, como el canto de muchos pájaros finos; al cesar sus voces, como que les respondía el cerro, sobremanera suaves, deleitosos, sus cantos sobrepujaban al del coyoltototl y del tzinitzcan y al de otros pájaros finos.

Se detuvo a ver Juan Diego. Se dijo: ¿por ventura soy digno, soy merecedor de lo que oigo? ¿Quizá nomás lo estoy soñando? ¿Quizá solamente lo veo como entre sueños?

¿Dónde estoy? ¿Dónde me veo? ¿Acaso allá donde dejaron dicho los antiguos nuestros antepasados, nuestros abuelos: en la tierra de las flores, en la tierra del maíz, de nuestra carne, de nuestro sustento; acaso en la tierra celestial?

Hacia allá estaba viendo, arriba del cerrillo, del lado de donde sale el sol, de donde procedía el precioso canto celestial. Y cuando cesó de pronto el canto, cuando dejó de oírse, entonces oyó que lo llamaban, de arriba del cerrillo, le decían: ‘Juanito, Juan Dieguito’.

Luego se atrevió a ir a donde lo llamaban; ninguna turbación pasaba en su corazón ni ninguna cosa lo alteraba, antes bien se sentía alegre y contento por todo extremo; fue a subir al cerrillo para ir a ver de dónde lo llamaban.

Y cuando llegó a la cumbre del cerrillo, cuando lo vio una Doncella que allí estaba de pie, lo llamó para que fuera cerca de ella. Y cuando llegó frente a ella, mucho admiró en qué manera sobre toda ponderación aventajaba su perfecta grandeza:

Su vestido relucía como el sol, como que reverberaba, y la piedra, el risco en el que estaba de pie, como que lanzaba rayos; el resplandor de ella como preciosas piedra, como ajorca (todo lo más bello) parecía la tierra como que relumbraba con los resplandores del arco iris en la niebla.

Y los mezquites y nopales y las demás hierbecillas que allí se suelen dar, parecían como esmeraldas. Como turquesa aparecía su follaje. Y su tronco, sus espinas, sus aguates, relucían como el oro.

En su presencia se postró. Escuchó su aliento, su palabra, que era extremadamente glorificadora, sumamente afable, como de quien lo atraía y estimaba mucho.

Le dijo:- ‘Escucha, hijo mío el menor, Juanito. ¿A dónde te diriges?’

Y él contestó: ‘Mi señora, reina, muchachita mía, allá llegaré, a tu casita de México Tlatilolco, a seguir las cosas de Dios que nos dan que nos enseñan quienes son las imágenes de nuestro Señor: nuestros sacerdotes’

En seguida, con esto dialoga con él, le descubre su preciosa voluntad, diciéndole:

‘Sábelo, ten por cierto, hijo mío el más pequeño, que yo soy la perfecta siempre Virgen Santa María, madre del verdadero Dios por quien se vive, el creador de las personas, el dueño de la cercanía y de la inmediación, el dueño del Cielo, el dueño de la Tierra, mucho deseo que aquí me levanten mi Casita Sagrada.

‘En donde lo mostraré, lo ensalzaré al ponerlo de manifiesto: lo daré a las gentes en todo mi amor personal, en mi mirada compasiva, en mi auxilio, en mi salvación, porque yo, en verdad, soy vuestra madre compasiva, tuya y de todos los hombres que en esta tierra estáis en uno, y de las demás variadas estirpes de hombres, mis amadores, los que a mí clamen, los que me busquen, los que confíen en mí, porque allí les escucharé su llanto, su tristeza, para remediar para curar todas sus diferentes penas, sus miserias, sus dolores.

‘Y para realizar lo que pretende mi compasiva mirada misericordiosa, anda al Palacio del Obispo de México, y le dirás que cómo yo te envío, para que le descubras cómo mucho deseo que aquí me provea de una Casa, me erija en el llano mi templo; todo le contarás, cuanto has visto y admirado, y lo que has oído.

‘Y ten por seguro que mucho lo agradeceré y lo pagaré, que por ello te enriqueceré, te glorificaré; y mucho de allí merecerás con que yo retribuya tu cansancio, tu servicio con que vas a solicitar el asunto al que te envío. Ya has oído, hijo mío el menor, mi aliento mi palabra; anda, haz lo que esté de tu parte’.

Inmediatamente en su presencia se postró; le dijo: ‘Señora mía, Niña, ya voy a realizar tu venerable aliento, tu venerable palabra; por ahora de ti me aparto, yo, tu pobre indito’.

Luego vino a bajar para poner en obra su encomienda: vino a encontrar la calzada, viene derecho a México. Cuando vino a llegar al interior de la ciudad, luego fue derecho al Palacio del Obispo, que muy recientemente había llegado, gobernante sacerdote; su nombre era Don Fray Juan de Zumárraga, sacerdote de San Francisco.

Y en cuanto llegó luego hace el intento de verlo, les ruega a sus servidores, a sus ayudantes, que vayan a decírselo; después de pasado largo rato vinieron a llamarlo, cuando mandó el señor Obispo que entrara.

Y en cuanto entró, luego ante él se arrodilló, se postró, luego ya le descubre, le cuenta el precioso aliento, la preciosa palabra de la Reina del Cielo, su mensaje, y también le dice todo lo que admiró lo que vio, lo que oyó.

Y habiendo escuchado toda su narración, su mensaje, como que no mucho lo tuvo por cierto, le respondió, le dijo: ‘Hijo mío, otra vez vendrás, aun con calma te oiré, bien aún desde el principio miraré, consideraré la razón por la que has venido, tu voluntad, tu deseo’.

Salió; venía triste porque no se realizó de inmediato su encargo. Luego se volvió, al terminar el día, luego de allá se vino derecho a la cumbre del cerrillo, y tuvo la dicha de encontrar a la Reina del Cielo: allí cabalmente donde la primera vez se le apareció, lo estaba esperando.

Y en cuanto la vio, ante ella se postró, se arrojó por tierra, le dijo:

‘Patroncita, Señora, Reina, Hija mía la más pequeña, mi Muchachita, ya fui a donde me mandaste a cumplir tu amable aliento, tu amable palabra; aunque difícilmente entré a donde es el lugar del gobernante sacerdote, lo vi, ante él expuse tu aliento, tu palabra, como me lo mandaste.

‘Me recibió amablemente y lo escuchó perfectamente, pero, por lo que me respondió, como que no lo entendió, no lo tiene por cierto.

‘Me dijo: ‘otra vez vendrás; aun con calma te escucharé, bien aún desde el principio veré por lo que has venido, tu deseo, tu voluntad’.

‘Bien en ello miré, según me respondió, que piensa que tu Casa que quieres que te hagan aquí, tal vez yo nada más lo invento, o que tal vez no es de tus labios; mucho te suplico, Señora mía; Reina, Muchachita mía, que a alguno de los nobles, estimados, que sea conocido, respetado, honrado, le encargues que conduzca, que lleve tu amable aliento, tu amable palabra para que le crean.

‘Porque en verdad yo soy un hombre del campo, soy mecapal, soy parihuela, soy cola, soy ala; yo mismo necesito ser conducido, llevado a cuestas, no es lugar de mi andar ni de mí detenerme allá a donde me envías, Virgencita mía, Hija mía menor, Señora, Niña.

‘Por favor, dispénsame: afligiré con pena tu rostro, tu corazón; iré a caer en tu enojo, en tu disgusto, Señora, dueña mía’.

Le respondió la perfecta Virgen, digna de honra y veneración:

‘Escucha, el más pequeño de mis hijos, ten por cierto que no son escasos mis servidores, mis mensajeros, a quienes encargué que lleven mi aliento mi palabra, para que efectúen mi voluntad; pero es muy necesario que tú, personalmente, vayas, ruegues, que por tu intercesión se realice, se lleve a efecto mi querer, mi voluntad.

‘Y, mucho te ruego, hijo mío el menor, y con rigor te mando, que otra vez vayas mañana a ver al obispo. Y de mi parte hazle saber, hazle oír mi querer, mi voluntad, para que realice, haga mi templo que le pido.

‘Y bien, de nuevo dile de qué modo yo, personalmente, la siempre Virgen Santa María, yo, que soy la Madre de Dios, te mando’.

Juan Diego, por su parte, le respondió, le dijo: ‘Señora mía, Reina, Muchachita mía, que no angustie yo con pena tu rostro, tu corazón; con todo gusto iré a poner por obra tu aliento, tu palabra; de ninguna manera lo dejaré de hacer, ni estimo por molesto el camino.

‘Iré a poner en obra tu voluntad, pero tal vez no seré oído, y si fuere oído quizás no seré creído. Mañana en la tarde, cuando se meta el sol, vendré a devolver a tu palabra, a tu aliento, lo que me responda el gobernante sacerdote.

‘Ya me despido de ti respetuosamente, Hija mía la más pequeña, Jovencita, Señora, Niña mía, descansa otro poquito’. Y luego se fue él a su casa a descansar.

Al día siguiente, domingo, bien todavía en la nochecilla, todo aún estaba oscuro, de allá salió, de su casa, se vino derecho a Tlatilolco, vino a saber lo que pertenece a Dios y a ser contado en lista; luego para ver al señor Obispo.

Y a eso de las diez fue cuando ya estuvo preparado: se había oído Misa y se había nombrado lista y se había dispersado la multitud.

Y Juan Diego luego fue al Palacio del señor Obispo.

Y en cuanto llegó hizo toda la lucha por verlo, y con mucho trabajo otra vez lo vio; a sus pies se hincó, lloró, se puso triste al hablarle, al descubrirle la palabra, el aliento de la Reina del Cielo, que ojalá fuera creída la embajada, la voluntad de la Perfecta Virgen, de hacerle, de erigirle su Casita Sagrada, en donde había dicho, en donde la quería.

Y el gobernante Obispo muchísimas cosas le preguntó, le investigó, para poder cerciorarse, dónde la había visto, cómo era ella; todo absolutamente se lo contó al señor Obispo.

Y aunque todo absolutamente se lo declaró, y en cada cosa vio, admiró que aparecía con toda claridad que ella era la perfecta Virgen, la amable, maravillosa Madre de nuestro Salvador nuestro Señor Jesucristo, sin embargo, no luego se realizó.

Dijo que no sólo por su palabra, su petición se haría, se realizaría lo que él pedía, que era muy necesaria alguna otra señal para poder ser creído cómo a él lo enviaba la Reina del Cielo en persona.

Tan pronto como lo oyó Juan Diego, le dijo al Obispo:

‘Señor Gobernante, considera cuál sería la señal que pides, porque luego iré a pedírsela a la Reina del Cielo que me envió’.

Y habiendo visto el Obispo que ratificaba, que en nada vacilaba ni dudaba, luego lo despacha.

Y en cuanto se viene, luego les manda a algunos de los de su casa en los que tenía absoluta confianza, que lo vinieran siguiendo, que bien lo observaran a dónde iba, a quién veía, con quién hablaba. Y así se hizo.

Y Juan Diego luego se vino derecho. Siguió la calzada, y los que lo seguían, donde sale la barranca cerca del Tepeyac, en el puente de madera lo vinieron a perder. Y aunque por todas partes buscaron, ya por ninguna lo vieron.

Y así se volvieron. No sólo porque con ello se fastidiaron grandemente, sino también porque les impidió su intento, los hizo enojar.

Así le fueron a contar al señor Obispo, le metieron en la cabeza que no le creyera, le dijeron cómo nomás le contaba mentiras, que nada más inventaba lo que venía a decirle, o que sólo soñaba o imaginaba lo que le decía, lo que le pedía.

Y bien así lo determinaron que si otra vez venía, regresaba, allí lo agarrarían, y fuertemente lo castigarían, para que ya no volviera a decir mentiras ni a alborotar a la gente.

Entre tanto, Juan Diego estaba con la Santísima Virgen, diciéndole la respuesta que traía del Señor Obispo; la que, oída por la Señora, le dijo: ‘Bien está, hijito mío, volverás aquí mañana para que lleves al obispo la señal que te ha pedido; con esto te creerá y acerca de esto ya no dudará ni de ti sospechará.

Y sábete, hijito mío, que yo te pagaré tu cuidado y el trabajo y cansancio que por mí has emprendido; Ea, vete ahora, que mañana aquí te aguardo’.

Y al día siguiente, lunes, cuando debía llevar Juan Diego alguna señal para ser creído, ya no volvió. Porque cuando fue a llegar a su casa, a un su tío, de nombre Juan Bernardino, se le había asentado la enfermedad, y estaba muy grave.

Aún fue a llamarle al médico, aún hizo por él, pero ya no era tiempo, ya estaba muy grave.

Y cuando anocheció, le rogó su tío que cuando aún fuera de madrugada, cuando aún estuviera oscuro, saliera a llamar a Tlatilolco algún sacerdote para que fuera a confesarlo, para que fuera a prepararlo, porque estaba seguro de que ya era el tiempo, ya el lugar de morir, porque ya no se levantaría, ya no se curaría.

Y el martes, siendo todavía mucho muy de noche, de allá vino a salir, de su casa, Juan Diego, a llamar el sacerdote a Tlatilolco, y cuando ya acertó a llegar al lado del cerrito terminación de la sierra, al pie, donde sale el camino, de la parte en que el sol se mete, en donde antes él saliera, dijo:

‘Si me voy derecho por el camino, no vaya a ser que me vea esta Señora y seguro, como antes, me detendrá para que le lleve la señal al gobernante sacerdote como me lo mandó; que primero nos deje nuestra tribulación; que antes yo llame de prisa al sacerdote religioso; mi tío no hace más que aguardarlo’.

Enseguida le dio la vuelta al cerro, subió por en medio y de ahí atravesando, hacia la parte oriental fue a salir, para rápido ir a llegar a México para que no lo detuviera la Reina del Cielo.

Piensa que por donde dio la vuelta no lo podrá ver la que perfectamente a todas partes está mirando.

La vio cómo vino a bajar de sobre el cerro, y que de allí lo había estado mirando, de donde antes lo veía. Le vino a salir al encuentro a un lado del cerro, le vino a atajar los pasos; le dijo:

‘¿Qué pasa, el más pequeño de mis hijos? ¿A dónde vas, a dónde te diriges?’.

Y él, ¿tal vez un poco apenado, o quizá se avergonzó?, ¿o tal vez de ello se espantó, se puso temeroso?

En su presencia se postró, la saludó, le dijo:

‘Mi Jovencita, Hija mía la más pequeña, Niña mía, ojalá que estés contenta; ¿cómo amaneciste? ¿Acaso sientes bien tu amado cuerpecito, Señora mía, Niña mía? Con pena angustiaré tu rostro, tu corazón; te hago saber, Muchachita mía, que está muy grave un servidor tuyo, tío mío.

‘Una gran enfermedad se le ha asentado, seguro que pronto va a morir de ella. Y ahora iré de prisa a tu casita de México, a llamar a alguno de los amados de Nuestro Señor, de nuestros sacerdotes, para que vaya a confesarlo y a prepararlo, porque en realidad para ello nacimos, los que vinimos a esperar el trabajo de nuestra muerte.

‘Más, si voy a llevarlo a efecto, luego aquí otra vez volveré para ir a llevar tu aliento, tu palabra, Señora, Jovencita mía. Te ruego me perdones, tenme todavía un poco de paciencia, porque con ello no te engaño, Hija mía la menor, Niña mía, mañana sin falta vendré a toda prisa’.

En cuanto oyó las razones de Juan Diego, le respondió la Piadosa Perfecta Virgen:

‘Escucha, ponlo en tu corazón hijo mío el menor, que no es nada lo que espanto, lo que te afligió que no se perturbe tu rostro, tu corazón; no temas esta enfermedad, ni ninguna otra cosa punzante, aflictiva.

¿No estoy aquí, yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa?

Que ninguna otra cosa te aflija, te perturbe; que no te apriete con pena la enfermedad de tu tío, porque de ella no morirá por ahora. Ten por cierto que ya está bueno’. (Y luego en aquél mismo momento sanó su tío, como después se supo.)

Y Juan Diego, cuando oyó la amable palabra, el amable aliento de la Reina del Cielo, muchísimo con ello se consoló, bien con ello se apaciguó su corazón, y le suplicó que inmediatamente la mandara a ver al Gobernador Obispo, a llevarle algo de señal, de comprobación, para que creyera.

Y la Reina Celestial luego le mandó que subiera a la cumbre del cerrillo, en donde antes la veía;

Le dijo: ‘Sube, hijo mío el menor a la cumbre del cerrillo, a donde me viste y te dí órdenes; allí verás que hay variadas flores: córtalas, reúnelas, ponlas todas juntas; luego baja aquí; tráelas aquí, a mi presencia’.

Y Juan Diego luego subió al cerrillo, y cuando llegó a la cumbre, mucho admiró cuantas había, florecidas, abiertas sus corolas, flores las más variadas, bellas y hermosas, cuando todavía no era su tiempo; porque de veras que en aquella sazón arreciaba el hielo; estaban difundiendo un olor suavísimo; como perlas preciosas, como llenas de rocío nocturno.

Luego comenzó a cortarlas, todas las juntó, las puso en el hueco de su tilma.

Por cierto que en la cumbre del cerrito no era lugar en que se dieran ningunas flores, sólo abundan los riscos, abrojos, espinas; nopales, mezquites, y si acaso algunas hierbecillas se solían dar, entonces era el mes de Diciembre, en que todo lo come, lo destruye el hielo.

Y en seguida vino a bajar, vino a traerla a la Niña Celestial las diferentes flores que había ido a cortar, y cuando las vio, con sus venerables manos las tomó; luego otra vez se las vino a poner todas juntas en el hueco de su ayate, le dijo:

‘Mi hijito menor, estas diversas flores son la prueba, la señal que llevarás al Obispo; de mi parte le dirás que vea en ellas mi deseo, y que por ello realice mi querer, mi voluntad. Y tú… tú que eres mi mensajero… en ti absolutamente se deposita la confianza, y mucho te mando con rigor que nada más a solas, en la presencia del Obispo, extiendas tu ayate, y le enseñes lo que llevas.

‘Y le contarás todo puntualmente, le dirás que te mandé que subieras a la cumbre del cerrito a cortar flores, y cada cosa que viste y admiraste, para que puedas convencer al Gobernante sacerdote, para que luego ponga lo que está de su parte para que se haga, se levante mi templo que le he pedido’.

Y en cuanto le dio su mandato la Celestial Reina, vino a tomar la calzada, viene derecho a México, ya viene contento. Ya así viene sosegado su corazón, porque vendrá a salir bien, lo llevará perfectamente.

Mucho viene cuidando lo que está en el hueco de su vestidura, no vaya a ser que algo tire; viene disfrutando el aroma de las diversas preciosas flores.

Cuando vino a llegar al Palacio del Obispo, lo fueron a encontrar el portero y los demás servidores del Sacerdote Gobernante, y les suplicó que le dijeran cómo deseaba verlo, pero ninguno quiso; fingían que no le entendían, o tal vez porque aún estaba muy oscuro; o tal vez porque ya lo conocían que nomás los molestaba, los importunaba, y ya les habían contado sus compañeros, los que lo fueron a perder de vista cuando lo fueron siguiendo.

Durante muchísimo rato estuvo esperando la razón.

Y cuando vieron que por muchísimo rato estuvo allí, de pie, cabizbajo, sin hacer nada, por si era llamado, y como que algo traía, lo llevaba en el hueco de su tilma; luego pues, se le acercaron para ver qué traía y desengañarse.

Y cuando vio Juan Diego que de ningún modo podía ocultarles lo que llevaba y que por eso lo molestarían, lo empujarían o tal vez lo aporrearían, un poquito les vino a mostrar que eran flores.

Y cuando vieron que todas eran finas, variadas flores y que no era tiempo entonces de que se dieran, las admiraron mucho, lo frescas que estaban, lo abiertas que tenían sus corolas, lo bien que olían, lo bien que parecían.

Y quisieron coger y sacar unas cuantas; tres veces sucedió que se atrevieron a cogerlas, pero de ningún modo pudieron hacerlo, porque cuando hacían del intento ya no podían ver las flores, sino que, a modo de pintadas, o bordadas, o cosidas en la tilma las veían.

Inmediatamente fueron a decirle al Gobernante Obispo lo que habían visto, cómo deseaba verlo el indito que otras veces había venido, y que ya hacía muchísimo rato que estaba allí aguardando el permiso, porque quería verlo.

El Gobernante Obispo, en cuanto lo oyó, dio en la cuenta de que aquello era la prueba para convencerlo, para poner en obra lo que solicitaba el hombrecito.

En seguida dio orden de que pasara a verlo. Y habiendo entrado en su presencia se postró, como ya antes lo había hecho. Y de nuevo le contó lo que había visto, admirado, y su mensaje.

Le dijo: ‘Señor mío, Gobernante, ya hice, ya llevé a cabo según me mandaste; así fui a decirle a la Señora mi Ama, la Niña Celestial, Santa María, la Amada Madre de Dios, que pedías una prueba para poder creerme, para que le hicieras su Casita Sagrada, en donde te la pedía que la levantaras; y también le dije que te había dado mi palabra de venir a traerte alguna señal, alguna prueba de su voluntad, como me lo encargaste.

‘Y escuchó bien tu aliento, tu palabra, y recibió con agrado tu petición de la señal, de la prueba, para que se haga, se verifique su amada voluntad. Y ahora, cuando era todavía de noche, me mandó para que otra vez viniera a verte; y le pedí la prueba para ser creído, según había dicho que me la daría, e inmediatamente lo cumplió.

Y me mandó a la cumbre del cerrito en donde antes yo la había visto, para que allí cortara diversas rosas de Castilla. Y cuando las fui a cortar, se las fui a llevar allá abajo; y con sus santas manos las tomó, de nuevo en el hueco de mi ayate las vino a colocar, para que te las viniera a traer, para que a ti personalmente te las diera.

‘Aunque bien sabía yo que no es lugar donde se den flores la cumbre del cerrito, porque sólo hay abundancia de riscos, abrojos, huizaches, nopales, mezquites, no por ello dudé, no por ello vacilé.

Cuando fui a llegar a la cumbre del cerrito miré que ya era el paraíso.

‘Allí estaban ya perfectas todas las diversas flores preciosas, de lo más fino que hay, llenas de rocío, esplendorosas, de modo que luego las fui a cortar; y me dijo que de su parte te las diera, ya que ya así yo probaría, que vieras la señal que le pedías para realizar su amada voluntad, y para que aparezca que es verdad mi palabra, mi mensaje, aquí las tienes; hazme favor de recibirlas’.

Y luego extendió su blanca tilma, en cuyo hueco había colocado las flores. Y así como cayeron al suelo todas las variadas flores preciosas, luego allí se convirtió en señal, se apareció de repente la Amada Imagen de la Perfecta Virgen Santa María, Madre de Dios, en la forma y figura en que ahora está, en donde ahora es conservada en su amada casita, en su sagrada casita en el Tepeyac, que se llama Guadalupe.

Y en cuanto la vio el Obispo Gobernante y todos los que allí estaban, se arrodillaron, mucho la admiraron, se pusieron de pie para verla, se entristecieron, se afligieron, suspenso el corazón, el pensamiento…

Y el Obispo Gobernante con llanto, con tristeza, le rogó, le pidió perdón por no luego haber realizado su voluntad, su venerable aliento, su venerable palabra.

Y cuando se puso de pie, desató el cuello de donde estaba atada, la vestidura, la tilma de Juan Diego en la que se apareció, en donde se convirtió en señal de la Reina Celestial.

Y luego la llevó; allá la fue a colocar a su oratorio.

Y todavía allí pasó un día Juan Diego en la Casa del Obispo, aún lo detuvo.

Y al día siguiente le dijo: ‘Anda, vamos a que muestres dónde es la voluntad de la Reina del Cielo que le erijan su templo’.

De inmediato se convidó gente para hacerlo, levantarlo.

Y Juan Diego, en cuanto mostró en dónde había mandado la Señora del Cielo que se erigiera su casita sagrada, luego pidió permiso:

‘quería ir a su casa para ir a ver a su tío Juan Bernardino, que estaba muy grave cuando lo dejó para ir a llamar a un sacerdote a Tlatilolco para que lo confesara y lo dispusiera, de quien le había dicho la Reina del Cielo que ya había sanado.

Pero no lo dejaron ir solo, sino que lo acompañaron a su casa. Y al llegar vieron a su tío que ya estaba sano, absolutamente nada le dolía.

Y él, por su parte, mucho admiró la forma en que su sobrino era acompañado y muy honrado; le preguntó a su sobrino por qué así sucedía, el que mucho le honraran; Y él dijo cómo cuando lo dejó para ir a llamarle un sacerdote para que lo confesara, lo dispusiera, allá en el Tepeyac se le apareció la Señora del Cielo; y lo mandó a México a ver al Gobernante Obispo, para que allí le hiciera una casa en el Tepeyac.

Le dijo que no se afligiera, que ya su tío estaba contento, y con ello mucho se consoló. Le dijo su tío que era cierto, que en aquel preciso momento lo sanó, y la vio exactamente en la misma forma en que se le había aparecido a su sobrino, y le dijo cómo a él también lo había enviado a México a ver al Obispo; y que también, cuando fuera a verlo, que todo absolutamente le descubriera, le platicara lo que había visto y la manera maravillosa en que lo había sanado.

Y que bien así la llamaría, bien así se nombraría: La Perfecta Virgen Santa María de Guadalupe, su Amada Imagen.

Y luego trajeron a Juan Bernardino a la presencia del Gobernante Obispo, lo trajeron a hablar con él, a dar testimonio, y junto con su sobrino Juan Diego, los hospedó en su casa el Obispo unos cuantos días, en tanto que se levantó la casita sagrada de la Niña Reina allá en el Tepeyac, donde se hizo ver de Juan Diego.

Y el Señor Obispo trasladó a la Iglesia Mayor la amada Imagen de la Amada Niña Celestial.

La vino a sacar de su palacio, de su oratorio en donde estaba para que todos la vieran, la admiraran, su amada Imagen. Y absolutamente toda esta Ciudad, sin faltar nadie, se estremeció cuando vino a ver, a admirar su preciosa Imagen.

Venían a reconocer su carácter divino.

Venían a presentarle sus plegarias.

Muchos admiraron en qué milagrosa manera se había aparecido, puesto que absolutamente ningún hombre de la tierra pintó su amada Imagen.”

 

 

Referencias

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