7 de Abril de 2023, el Rector Mayor a través de dos relatos, dos ejemplos de amor y esperanza, dos buenas noticias con motivo de la Pascua, una sobre un chico de Perú y otra acerca de una chica de la india, acogidos en su niñez y juventud en obras salesianas donde encontraron a buenos salesianos y salesianas que supieron inspirarles, asistirles, mostrarles paciencia hasta transformar sus vidas positivamente; y donde el padre Ángel Fernández pudo ver presente ‘la mano de Dios’, manifestada en el trabajo de quienes se dedican a la misión salesiana, inspirados en el carisma de Don Bosco

El Mensaje del Rector Mayor

Él se llama Alberto. Ella, una joven mamá no sé cómo se llama. Él vive en el Perú. Ella en Hyderabad (India).

Lo que une estas dos historias de vida es que yo los he conocido con motivo de mi servicio a uno en el Perú y a la joven mamá en la India a la semana siguiente.

Y lo que tienen en común -y es precioso-, es que conocer la caricia de Dios a través de la acogida que en su día les hizo Don Bosco en una de sus casas, les cambió la vida, y los salvó de la situación de pobreza y quizá muerte a la que estaban abocados. Y creo poder decir que el fruto de la Pascua del Señor pasa también a través de los gestos humanos que curan y salva.

Estas son las dos historias.

Me encontraba en Huancayo (Perú) hace unas semanas. Iba a celebrar la eucaristía con más de 680 jóvenes del movimiento juvenil salesiano de la Inspectoría, junto a varios cientos de personas de esa ciudad en la alta montaña del Perú (a 3.200 metros de altitud), y me dicen que un antiguo alumno quiere saludarme; que viene de camino viajando casi cinco horas para llegar y otras tantas para regresar. Respondí que con gusto lo saludaba y le agradecía su bello gesto. Y llegó el momento en el que antes de la Eucaristía se me acerca una persona joven que me dice que tiene mucho gusto en saludarme.

Me dice su nombre (se llama Alberto), y añade: ‘estoy aquí y he querido hacer este viaje para agradecer en su persona a Don Bosco porque los salesianos me han salvado la vida’. Yo se lo agradecí y añadí que por qué me decía eso. Y siguió con su testimonio y cada palabra me iba llegando más y más al corazón. Me dijo que era un muchacho difícil; que dio mucha lata a los salesianos que lo tenían acogido en uno de los hogares para muchachos con dificultad.

Añadió que habrían tenido decenas de motivos para quitárselo de en medio porque, añadió, ‘yo era un pobre diablo, y sólo me podía esperar algo malo, pero ellos me tuvieron mucha paciencia’. ‘Y pude hacer mi camino, seguí estudiando y a pesar de mi rebeldía una y otra vez me dieron nuevas oportunidades, y hoy soy un padre de familia, tengo una niña preciosa, y soy educador social. De no haber sido por lo que han hecho en mí los salesianos, mi vida sería muy distinta, si es que no se hubiera terminado ya’.

Yo me quedé sin palabras y muy conmovido. Le dije que le agradecía muchísimo su gesto, sus palabras y su viaje, y que su testimonio de vida lo decía todo. Incluso me hizo referencia a un salesiano que estaba en aquel momento presente y que fue uno de sus educadores y de los que le tuvieron mucha paciencia. El salesiano, sonriendo -y creo que con mucha alegría en el corazón-, confirmaba que había sido así. Después compartimos la comida y él regresó con su familia.

Cinco días después de este encuentro me estoy en el sur de la India, estado de Hyderabad. En medio de muchos saludos y actividades, una tarde me espera en la recepción de la casa salesiana una joven mamá con su hijita de seis meses. Quería saludarme. La niña es preciosa y como no se asustaba, no me resistí a tenerla en mis brazos y también bendecirla. Hicimos unas fotos de recuerdo, como deseaba la joven mamá.

Eso fue todo en este encuentro. No hubo otras palabras, pero sí había una historia dura y preciosa: se trata de que esta joven mamá en su día fue una niña recogida de la calle, vivía en la calle y sin nadie. Es fácil imaginarse su destino. Pero en la providencia del buen Dios un día la encontró el salesiano que había iniciado en este estado de Hyderabad la acogida de chicos y chicas de la calle. Ella fue una de las niñas que pudo tener un casa junto a otras muchachas.

Junto a las educadoras, mis hermanos salesianos aseguraban la formación y la atención de todas las necesidades esenciales. Y así es como esta niña de entonces pudo hacer un camino en la vida que la ha llevado a que hoy es esposa y madre, y algo que me parece precioso: profesora del colegio salesiano en el que yo me encontraba. Aquí está la clave de cómo muchas vidas se pueden transformar para el bien.

¿Cómo no podría ver en estos dos hechos la ‘mano de Dios’ que nos alcanza a través del bien que nosotros podemos hacer? Y ese nosotros somos todos los que en cualquier parte del mundo, en cualquier situación de vida y profesión creemos en la humanidad y creemos en la dignidad de toda persona, y creemos que un mundo mejor se debe seguir construyendo.

Escribo esto porque también las buenas noticias se deben dar a conocer. Las malas ya se extienden por sí mismas o bien encuentran a personas que tienen interés en que así sea. Estas dos historias de vida tan reales, y tan cercanas en el tiempo para mí me confirman una y mil veces cuánto merece la pena el bien que entre todos intentamos hacer.

Les deseo a todos una Feliz Pascua del Señor; y para quienes se sientan lejos de esta certeza de fe, les deseo todo el bien, con tanta cordialidad.

(Fuente: ANS)